Título original: Acción mutante
Año: 1993
Nacionalidad: España
Duración: 88 min.
Género: Ciencia ficción, Comedia
Director: Álex de la Iglesia
Guión: Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarria
Reparto: Antonio Resines, Álex Angulo, Juan Viadas, Saturnino García, Karra Elejalde, Alfonso Martínez, Ion Gabella, Enrique San Francisco, Frédérique Feder, Fernando Guillén, Jaime Blanch,Felipe Vélez, Rossy de Palma Bibiana, Fernández, Francisco Maestre y Santiago Segura
Sinopsis
Una extraña banda terrorista que pretende castigar a los adinerados y galanes planea el secuestro de la hija de un empresario de renombre...
Crítica
La cuadragésima séptima edición del Sitges Film Festival rendirá homenaje, a través de la prácticamente siempre satisfactoria y reminiscente Sección Brigadoon, a la recientemente desaparecida figura del actor Álex Angulo con la proyección de Acción mutante, compareciendo presencialmente a la misma el propio director de la cinta, el doce veces nominado a los Goya (contabilizando las categorías de Mejor Director, Mejor Fotografía, Mejor Guión, Mejor Música y Mejores Película por hasta cinco obras distintas, así como la de Mejor Director Novel precisamente por ésta, resultando el gran triunfador de la noche de la última gala al sumar al único galardón cosechado hasta la fecha por El día de la bestia nada menos que ocho más) Álex de la Iglesia, respaldado por Carles Gusi, quien consigue firmar un apartado fotográfico impagable; el vizcaíno, con Pedro Almodóvar como productor de lujo, situó la acción en la que supuso su ópera prima en tierras bilbaínas (si bien los escenarios pueden confundirse con cualquier otra ciudad), en un por aquel entonces lejano futuro robotizado ahora ya superado (el año dos mil dos) y haciendo alarde de unos movimientos de cámara realmente deslumbrantes desmintiendo a aquellos que afirman (la mayoría de veces sin yerran) que una pieza primeriza es desastrosa e inevitablemente proclive a recurrir a la desmesura, siendo una convincente comedia de enérgica puesta en escena y sólidas interpretaciones de un muy coral elenco amplio a la par que solvente.
Considerada una de las películas de culto más importantes del estado (y fuera de él, trascendiendo en territorio japonés hasta provocar un impacto tal que se relaciona el cine ibérico con el desmadre menos formal), se distanció del regimiento que imperaba (tres eran los monotemmas, la guerra civil, los triángulos amorosos y las comedias ligeras próximas a las musicales de hoy en día) ofreciendo algo novedoso aunque de dificultosa digestión, una sátira tanto periodística como política repleta de frases memorables (lapidarias como “más tira los pelos dl coño que un carro de bueyes” y machistas como “aquí la comida sobra, lo que nos hace falta es alguien que cocine”) que encontró en las similitudes entre el clan protagonista y un comando etarra las mayores críticas pero también las mejores alabanzas; muy pocos se habían atrevido hasta entonces a plasmar cómo la sociedad está constantemente influenciada por los medios de comunicación, alterando a su merced los hechos que originan las noticias hasta el punto de barajarse la posibilidad de que los tullidos extremistas protagonistas sean en realidad héroes, lo cual no casa si se reflexiona seriamente pero sí se procede del modo requerido (el modo de proceder es alarmante pero la base es la misma que la defendida por Robin Hood), despreocupada y consintientemente como instiga el disparatado metraje por sí mismo, un divertimento en el que el materialismo se traduce en la vertiente más surrealista de las atroces (no por ello menos necesarias de estudio e introversión) ideas que confluyen.
Los miembros de Acción Mutante, un desastroso grupo de minusválidos terroristas compuesto por Ramón (Antonio Resines, cerebro de la agrupación capaz de regenerar sus tejidos espontáneamente que es puesto en libertad tras purgar cinco años de prisión por tenencia ilícita de armas), Álex y Juan (Álex Angulo y Juan Viadas, siameses de nacimiento unidos por el hombro que guardan una dispar lealtad hacia su líder), César (Saturnino García, reputado criminal temido por tener perennemente adheridos en el pecho cinco quilogramos de amonal que se desplaza en una unidad de locomoción de gravedad cero), José (Karra Elejalde, experimentado mecánico sufridor de una disfunción del nervio radial que porta tutores de metal a lo largo de dichos miembros y guías en una de sus piernas), Amancio (Alfonso Martínez, musculoso sordomudo que siempre anda provisto de dos pequeños rifles de gran alcance y un descomunal mazo) y Jose (Ion Gabella, jorobado enano que administra la banda haciendo valer sus conocimientos de judaísmo, comunismo y homosexualidad) pretenden asestar un duro correctivo a quienes consideran una lacra, los afortunados física y dinerariamente; sus próximos y presuntamente últimos objetivos son Luis y Patricia (Enrique San Francisco y Frédérique Feder, novios que se dan el sí quiero para contraer matrimonio a pesar de no complementarse sentimentalmente), no por sus personas sino por ser allegado y familiar, respectivamente, del señor Orujo (Fernando Guillén, industrial multimillonario dueño de una afamada fábrica de panecillos integrales que nunca ve saciada su ambición), ominoso poseedor de una riqueza sin parangón al que le será exigida la entrega de cien millones en billetes viejos dentro de una maleta antifusión en el bar “La mina perdida”, punto de entrega ubicado en el Valle del Diablo del planeta Axturias (en el que curiosamente no hay mujeres) para cumplir las condiciones del rescate de su hija (el mensaje que contiene dichas instrucciones concluye con un “ala, a cascarla”).
A tan variopinta mezcla de extraños seres arengados por la pronunciación de tres grandes preguntas (¿qué erais cuando os encontré?, ¿quién os sacó del arrollo y os hizo lo que sois? y ¿qué sois ahora?) cabe añadir la aparición de dos reporteros del canal de televisión local JQK exhibidos por sus apellidos, Blanch y García (Jaime Blanch y Felipe Vélez, narrador y presentadora que difunden informes en directo), varios habitantes de la galaxia Gutenberg (entre ellos rostros tan lujuriosos como los de Bibiana Fernández y Rossy de Palma, singulares aborígenes que no pretenden adaptarse a las reglas de coexistencia básicas), cuatro ermitaños del desierto (entre los que destacan Francisco Maestre y Santiago Segura, peculiar patriarca y carnal discípulo que ocupan su tiempo viendo en la televisión vídeos pornográficos) y decenas de mineros locales (nombrar a los actores que los encarnan resulta dificultosa al ser simples y desconocidos secundarios); entre recibimientos, asesinatos, apaleamientos, conducciones, planificaciones, festejos, confusiones, bailes, carcajadas, acuchillamientos, apagones, tropiezos, griteríos, masacres, bofetadas, amenazas, juegos, amordazamientos, apuestas, cánticos, traiciones, engaños, difamaciones, malentendidos, discusiones, enamoramientos, rociamientos, colisiones, atamientos, accidentes, descomposiciones, disecciones, asaltos, eyaculaciones, apuñalamientos, torturas, violaciones, excitaciones, conducciones, tergiversaciones, publicidades, advertencias y tiroteos, a ritmo de una versión alternativa de la sintonía de Misión imposible y “Aire de fiesta” de Karina, se decidirá el futuro de los implicados y, es más, el de la humanidad en su íntegra generalidad...
“La sociedad nos trató como mierda, ahora les vamos a dar por el culo; el mundo está dominado por niños bonitos hijos de papá, Dios, basta ya de mierdas light, basta ya de colonias, de anuncios de coches, de aguas minerales, no queremos oler bien, no queremos adelgazar”, éste extracto de plática describe a la perfección la extensa e intensa crítica social que en Acción mutante se recoge, un atípico producto de la época que tuvo una notable repercusión mediática y que, a base de exposiciones de algunas de las muchas contradicciones del sistema disfrazadas de presumibles ridiculeces, logró cautivar al público (que consiguiera hacer lo propio con las generaciones más modernas, ávidas de un tipo de espectacularidad más tangible y menos creativa a causa de la forzosa evolución de los valores de transgresión, se antoja toda una quimera); el filme es vibrante en el desarrollo, generoso en los diálogos y soberbio en la estética, iniciándose con un ritmo enloquecido que paulatinamente disminuye en virtud de un argumento de lo más original, una ruptura con el clasicismo español que abrió una nueva corriente de bendita excentricidad extrema en la que se podrían englobar producciones del calibre de Airbag, de la rareza de El milagro de P.Tinto y del éxito de la saga Torrente, cuya quinta entrega (con Alec Baldwin como invitado de excepción) se lanzará en apenas unos meses para defender el espíritu.
Daniel Espinosa
Musarañas
(Esteban Roel y Juan Andrés, 2014)
Ficha técnica
Título original: Musarañas
Año: 2014
Nacionalidad: España
Duración: 91 min.
Género: Drama, Suspense
Director: Esteban Roel y Juan Andrés
Guión: Juan Andrés y Sofía Cuenca
Reparto: Macarena Gómez, Luis Tosar, Hugo Silva, Nadia Santiago, Carolina Bang, Gracia Olayo, Silvia Alonso, Tomás Estal y Josean Pérez
Sinopsis
Obligada a ser padre, madre y hermana mayor, una mujer se esconde de la vida entre cuatro paredes, alimentando un temperamento obsesivo...
Crítica
Tras triunfar con su trabajo de corta duración 036 (en el portal YouTube superó los dos millones de visitas) la dupla formada por Esteban Roel y Juan Andrés (este último firmando también guión junto a Sofía Cuenca) se atreven a iniciarse en el largometraje con Musarañas, un thriller psicológico ambientado en la España de los años cincuenta producido por Pokeepsie Films, la compañía propiedad de Álex de la Iglesia (su aportación personal no se limita a esta faceta de aportación dineraria sino que se extiende a la breve aportación de su ahora ya esposa, Carolina Bang, una secundaria de lujo cuya relevancia no se exprime en demasía pero sin duda ensalza el fastuoso trabajo del equipo actoral), que no deja en absoluto indiferente; la bella fotografía que Ángel Amoros logra captar la atención del espectador sin invitarle a desconectar asiduamente para pensar en sus propias cosas (no hay nada más habitual que dicho ejercicio mental cuando el aburrimiento se apodera de uno), es más, el ritmo resulta tan adecuado que debiera servir de modelo para otras obras que pecan de añadir componentes a la intríngulis sin que, posteriormente, se desarrollen buena, convincente y lógicamente.
Cual ermitaño que no abandona el nunca el espacio que considera propio por el temor de desprotegerlo, Montse (Macarena Gómez) vive instaurada en su apreciado, malsano y opresivo hogar desde que era una niña con el deber de cuidar a su hermana pequeña (Nadia Santiago), pues la madre falleció en el parto de la segunda y el padre (Luís Tosar) las abandonó (al menos presumiblemente) al no soportar dicha muerte, una lacra pasada y presente que la impide dar un solo paso fuera de la casa (las imposiciones y el estrés no la permiten hacerlo, habiéndola originado una horrible e irreversible agorafobia galopante que se manifiesta asiduamente en forma de violentos conductas); encerradas en el siniestro piso del centro madrileño desde que tienen conciencia, la depresiva mujer se esconde permanentemente entre cuatro paredes (el símil entre la patología que padece y el animal que sentido al título, pluralizado por no limitarse la aplicación del término a ella, no puede ser más conveniente al caracterizarse el mismo por ser un roedor que permanece aislado, al acecho, esperando el momento propicio para marcar su territorio), hallando diariamente en la oración un gran amparo.
Alimentando sin percatarse de ello (ella no entiende lo que le sucede y, es más, siente una angustia enorme de hacerlo) un temperamento obsesivo y desequilibrado, su laborío como costurera la hace desconectar, al menos momentáneamente, del sufrimiento que alberga, facilitándola cierto contacto con una realidad a la que sólo pertenece (muy a su pesar) la familiar (sin desvelar nada del argumento conviene globalizar el parentesco que las une) a la que sigue viendo como una niña aunque acaba de cumplir la mayoría de edad; una día, la cadena que tanto ha respetado basada en la desconfianza no tanto en la humanidad en general como en el sexo masculino en particular (las experiencias traumáticas suelen provocar poderosas secuelas) se rompe, y es que Carlos (Hugo Silva), un vecino seductor e irresponsable, tiene la desgracia de caerse por las escaleras, buscando auxilio en la única puerta a la que ha sido capaz de arrastrarse (en efecto, precisamente la suya), haciéndola enfermar de amor, lo cual puede suponerse un sentimiento poético y romántico pero trae consigo en este particular un enfermizo sentido posesivo que no entiende de piedad porque, es así, el hasta ahora desconocido ha entrado en la madriguera de las musarañas, un laberinto de secretos en el que la salvación no dependerá de Dios...
A pesar de apreciarse graves descuidos (que un importante rociamiento de sangre se limpie por arte de magia tan pulcramente que parece no haber sucedido absolutamente nada y, además, se encargue de ello una sola persona en cuestión de minutos no se concibe como posible), el método expositivo para dibujar el abuso y maltrato de menores es tan sutil (tal vez sea suprimible cierta escena en la que se incide en ello sin necesidad alguna) pero profundo que bien merece la pena visionarse, delicado pero a la vez contundente, sin embargo, existen muchas otras razones para aconsejar conceder una oportunidad a Musarañas, tales como las compenetradas e irreprochables actuaciones de los intérpretes (una mención aparte merece Macarena Gómez, exquisitamente exagerada y, por ende, sencillamente soberbia), la nada desvirtuada imagen que se da de la religión (tiñéndose de mero fanatismo retórico) y los efectos de maquillaje (José Quetglas se luce de veras, sin muchos alardes técnicos ni complicadas prótesispero cumpliendo plenamente).
Habiendo laureado gran parte del trabajo artístico y técnico, se antoja evidente que catalogar a Esteban Roel y Juan Andrés como dos realizadores emergentes (de hecho noveles en el largometraje) no sería descabellado, ya que el tono tragicómico que infunden a la trama y el gusto por lo grotesco en un escenario situado temporalmente en la dictadura franquista (aunque esto se mencione fugazmente a modo de excusa exculpatoria es menester aclararlo), detalle que sirve de ideal telón de fondo para representar los fantasmas que en pleno siglo veintiuno siguen planeando sobre buena parte de la sociedad española; nunca está de más recordar que aceptar la infravaloración y la vulnerabilidadcomo pilares esenciales de una educación es inconcebible ni que una buena atención médica frente a lesiones de considerable gravedad es fundamental, mas cuando se hace con frases tan memorables como “Dios proveerá” (la misma cobra un significado humorísticamente contundente cuando se pronuncia en un instante próximo al desenlace) para demostrar que el auténtico terror puede hallarse en cotidianeidades comúnmente aceptadas pero no por ello menos denunciables resta agradecer, aplaudir y volver a retribuir tan notoria intención, totalmente lograda (en otro orden) comercialmente.
Daniel Espinosa
Starve
(Griff Furst, 2014)
Ficha técnica
Título original: Starve
Año: 2014
Nacionalidad: EEUU
Duración: 100 min.
Género: Drama, Suspense
Director: Griff Furst
Guión: Xander Wolf
Reparto: Bobby Campo, Mariah Bonner, Dave Davis, Bobby King, Cooper Huckabee, Thomas Francis, Casey Dillard y Jessica Wilkinsom
Sinopsis
Mientras documentan una leyenda urbana, un grupo de amigos queda atrapado en un instituto abandonado; allí, se encontrarán con una amenaza más peligrosa que el misterio que se encontraban investigando.
Crítica
Que una película se titule hambre (la traducción de la nomenclatura original, Starve, no es otra que esa) se perfila un hecho tan curioso como revelador del contenido que albergará y, no dejando lugar para posibles dudas, el director se esfuerza en poner de manifiesto tempranamente (de hecho desde antes del lanzamiento mismo, con la difusión del material promocional) que el cóctel de asesinatos, canibalismo y tortura que se espera encontrar con semejantes propuestas se recoge con total explicitud; cuidando hasta el más mínimo detalle la poco original y puede que hasta repetitiva pero sin duda absorbente e impactante historia y recuperando la ambientación propia de los clásicos del género de los años setenta (el color amarillento luce espléndido y reminiscentemente), lo que el espectador se encuentra es una potente trama repleta de suspense en la que las privaciones humanas resaltan la locura que pudiera despertar la imperiosa necesidad de sobrevivir incluso en detrimento de seres queridos, dotando al dicho “matar de hambre” de otro enriquecedor significado, citándose a Jarod Kintz (“quiero acabar con el hambre en el mundo proporcionándole a la mitad de las personas que mueren de hambre la comida de la otra”) como símbolo justiciero.
Se antoja meritorio que alguien sea capaz de firmar en apenas un intervalo de tres años rarezas televisivas como Swamp shark, Arachnoquake y Ghost shark y singularidades cinematográficas como Ragin cajun redneck gators, pero más aún el hecho que sepa convertir una predilección anfibia (a juzgar por la citada filmografía podría concretarse más y referirse a los tiburones en particular) en disfrutables aventuras de ficción de escasa relevancia pero enorme distracción que nunca serán laureadas por evidentes motivos; poco apreciadas debido a la calidad visual de la que hacen gala (insalvable carencia que en la presente ocasión se ha solucionado gracias a un equipo técnico palpablemente entregado, empezando por el propio realizador al situarse detrás de las cámaras e invertir como productor), todas las obras de Griff Furst comparten un elemento común, la oscuridad argumental, un componente que se ha acentuado en el filme que ocupa hasta límites insospechados percibiéndose como un secundario de lujo, pues de hecho no consta ninguno formalmente (el cuarteto actoral goza de un protagonismo equitativamente igualitario) y la confesa inspiración en clásicos como La matanza de Texas (la familia desfiguradamente disfuncional se expande a toda una localidad), Saw (el sometimiento a pruebas para optar a la libertad es la insignia de la franquicia) y El club de la lucha (los duelos en los que sólo uno puede vencer son singulares).
Mientras documentan fotográficamente una de tantas leyendas urbanas a las que están acostumbrados a dar difusión (concretamente una que versa sobre la existencia de niños salvajes según una recientemente publicada novela gráfica, recogiendo esencialmente de qué es capaz el ser humano cuando está famélico) en tierras floridenses para saciar su afán temporalmente profesional con el objetivo de ganar una buena suma dineraria e irse a Miami, Jiminy (Dave Davis, la larga ausencia en pantalla de su personaje no le beneficia), Beck (Bobby Campo, participante en cintas tan dispares como Unas rubias muy legales y Destino final 4 que sigue en su línea de cometida corrección interpretativa) y Candice (Mariah Bonner, la cual sigue anclada en el independentismo más inclasificable como ya hiciera en Mask maker sin despuntar), éstos dos últimos pareja formal (al menos supuestamente, pues en una única ocasión se besan apasionadamente limitándose el resto de tiempo a intercambiarse paternales caricias), emprenden un allanamiento de morada descuidando las llaves en el coche que les servía de medio de transporte, aprovechándose de ello alguien del que han sido advertidos por los entrevistados previamente (hacer caso omiso a se salga del territorio antes de que uno se convierta en parte de la historia que está investigando a veces conlleva terribles consecuencias); así, el un sádico y solitario psicópata (de hecho dos) hace uso de la pistola eléctrica de alto voltaje y el difusor de gas lacrimógeno que porta para atacarles y, una vez reducidos, encerrarles en un instituto abandonado debidamente reformado (entiéndase como tal la instalación de videocámaras para controlarlos y altavoces para comunicarse con ellos) en el que dará rienda suelta a su entretenimiento preferido, someter a sus presas a un cruel y feroz juego en el que el enfrentamiento con otros individuos en cautividad será uno de tantos ejemplos de la necesidad hecha tentación en la que se traduce la total privatización del alimento.
Con algún que otro vacío legal en cuanto a explicaciones clarificadoras se refiere, la película transita entre lo correcto y lo notable (según el compás a analizar podría catalogarse de un modo u otro, pero en ningún momento aburre o desencanta aun atisbándose cierto tedio), regalando al espectador situaciones difíciles de asumir desde una lógica puramente científica (la escena en la que se esquiva un lanzamiento de tijeras al estilo Matrix roza la comicidad en una cinta en la que no debiera tener cabida) que, no obstante, colman de pasional visceralidad, pudiendo haber sido mejor de contar con otro reparto, ya que cumple pero no enamora como pudiera y sin duda conviniera (a excepción de Cooper Huckable, por supuesto, mítico rostro del celuloide al que siempre es un placer atisbar aunque sea inapropiadamente como aquí sucede); con sus aciertos y sus errores, el metraje inmoviliza en el asiento al querer saber lo que ocurrirá siguientemente (Xander Wolf ha urdido un guión en el que la sospecha cobra tintes épicos infundiendo dramáticos pareceres), qué infortunios depara el caprichoso destino a un grupo de jóvenes cuya fatalidad parece seguirles allá donde van disfrazándose de curiosidad, un insaciable apetito informativo (sin poder trascender a divulgativo debido al rapto que sufren) al que responderá sin titubeos un antagonista que, como cualquiera que se precie, manejará a su merced los movimientos de sus recientes adquisiciones sufridoras, con locuras como actividades.
Como ya se ha podido deducir de lo adelantado anteriormente la cinta no desmerece en absoluto la concesión de un visionado, mas la fotografía de Mark Rutledge y la música de Andy Garfield enfatizan el derecho a que un realizador de nula repercusión ocupe un privilegiado puesto entre los más prometedores del actual panorama artístico (limitarse al terreno de los largometrajes sería un error, pues hay que catalogar un producto en su conjunto y es en la totalidad en la que éste destaca), al menos para aquellos apreciadores de un arte alternativo cuya intríngulis reside en la relevancia de los planos subjetivos sin precisar emplear fastidiosos aumentos lenticulares; Starve no es recomendable para estómagos sensibles ni mentes cerradas (una lástima para quienes no sepan desvincular la realidad de la ficción), valga indicarlo, y es que para deleitarse se requiere estimar detalles casi inapreciables, ocultos en un lienzo cuyo pincel obrador que transmite sin tan siquiera repercutir en el cuadro (por mencionar uno de tanto el nombre del pueblo en el que transcurre la acción, “Freedom Country”, ciudad de la libertad que anhelan los pobres mártires que caen en las garras del maníaco), pareciendo que el mismo ha quedado en blanco cuando toda la gama de colores se oculta en el menos observable pero regocijante lado contrario.