Título original: Annabelle
Año: 2014
Nacionalidad: EEUU
Duración: 98 min.
Género: Suspense, Terror
Director: John Leonetti
Guión: Gary Dauberman
Reparto: Annabelle Wallis, Ward Horton, Alfre Woodard, Eric Ladin, Gabriel Bateman, Paige Diaz, Tony Amendola y Michelle Romano
Sinopsis
Durante una espantosa noche una pareja ve cómo los miembros de una secta satánica invaden su hogar y los atacan brutalmente, dejando no solamente sangre derramada y terror tras su asalto sino un macabro conjuro; a raíz del mismo, se ven acosados por una entidad de inimaginable maldad reencarnada en una muñeca recién adquirida...
Valoración
Lo mejor: la premisa de la cual parte, con reminiscencias respecto a la magnífica Expediente Warren: The conjuring, una de las películas más terroríficas no sólo de la década sino de la historia del séptimo arte; la espantosa apariencia de la muñeca maldita; el hecho de que la producción esté basada, según se documenta, en sucesos reales.
Lo peor: las nefastas actuaciones de todos y cada uno de los actores; la poca claridad con la que se desarrolla el mensaje que subyace tras todo lo que acontece; la cinta en sí misma, insultantemente espantosa.
Daniel Espinosa
Under the skin (Jonathan Glazer, 2014)
Ficha técnica
Título original: Under the skin
Año: 2014
Nacionalidad: EEUU
Duración: 103 min.
Género: Ciencia ficción, Drama
Director: Jonathan Glazer
Guión: Jonathan Glazer y Walter Campbell
Reparto: Scarlett Johansson, Jeremy Williams, Lunsey Taylor, Dougie Connell, Kevin Alinden, Andrew Gorman, Joe Szula, Krystof Hadek, Roy Amstrong, Alison Chand, Ben Mills, Lee Fanning, Paul Brannigan, Marius Bincu, Scott Dymond, Stephen Horn, Adam Pearson y May Mewes
Sinopsis
Unos alienígenas aterrizan en la Tierra para llevar a cabo una misión específica; para ello cuentan con la infiltración de un experimentado mentor y una deseable infiltrada, quienes consiguen carne humana...
Crítica
Por una vez, a sabiendas de que siempre debería ser así y no suele serlo por aquello de introducir al lector en la intríngulis de la película para que conozca de antemano las características que la han hecho posible, cabe señalar directamente que Under the skin es perversamente virulenta, un relato absurdo sinsentido hecho únicamente para el lucimiento del director con el burdo designio de que los críticos sostengan sin defensas sustanciales que es muy perspicaz (algunos de los alegatos se centrarán en la abundancia de eternas tomas en las que no pasa nada y se solucionan con alguna situación incomprensible, lo cual parece bastante evidente que no será más que un monumental error), con nulo contenido argumental y sin tensión dramática, un producto de considerable pretenciosidad que no transmite apenas nada y, lo que es peor aún, no deja lugar para la reflexión del espectador; a pesar de lo señalado, hay que reconocer que Jonathan Glazer se aleja de la convencionalidad narrativa y plasma una historia de la que es imposible deducir su devenir a través de imágenes y efectos digitales bastante atractivos (si bien la puesta en escena de la mayoría de licencias, elegante y controvertida repleta de espacios oscuros y representaciones abstractas, recuerda enorme y sospechosamente a la de la gran triunfadora del Sitges Film Festival 2012, Holy motors de Léos Carax, con la diferencia de que en aquella maravillaba intensamente y en la presente aburre soberanamente), y una atmósfera sugestiva y misteriosa, pero la narración plantea más preguntas de las que responde y, conforme avanza, se hace cada vez más plana hasta que llega el desenlace, siendo entonces cuando se echa en falta el ímpetu inicial y la consumación de todo lo que prometía en su interesante apertura, demostrando que a veces la máxima del menos es más no satisface, y aquí es así por darse una clase de demagogia no identificada hasta el momento, la silenciosa.
Confeccionada como un drama psicológico envuelto en el disfraz de un thriller de ciencia ficción con inquietantes sugerencias cuasi aterradoras y un erotismo visual tan impactante como trivial, el metraje contiene en su desarrollo una metáfora de la infructuosa evolución de algún animal salvaje devenido en mascota atravesando la etapa de la cría inexperta que aprende observando (y practicando, pues lo que se escucha al principio es un ensayo de letras, luego onomatopeyas y posteriormente palabras), acechando presas hasta volverse lo suficientemente fuerte y hábil como para poder cazarlas, luego aplacando sus instintos y reformándose bajo las pautas de un amo amable, conmoviéndola hasta humanizarla (la culminación se da con un tórrido encuentro con deducible ruptura de himen incluida) para, últimamente, terminar sometiéndola a una viciosa paradoja, siendo el asombro y la paulatina incorporación de hábitos, gestos y sentimientos característicos del hombre por parte de una alienígena que inicialmente los adopta impulsada por una necesidad de orden superior aunque su empatía postrera, acaso impelida por una capacidad diferencial de captar la belleza interior prescindiendo de apariencias y de filtros sociales, parece mucho más genuina, como si en fuese el resultado de una conversión reveladora que la dulcifica hasta el fin; ésta síntesis será la que extraigan los iluminados que vean un duelo moral de imaginarios, de idiosincrasias y de límites donde solamente hay un fiel pero típico retrato de la sociedad (por todos conocido y por ello innecesario) que deriva en redicha banalidad, confrontándose la solidaridad de unos con la crueldad de otros y, en el epicentro de la acción (ningún término podría resultar menos oportuno de ser empleado), un egocentrismo (o narcisismo, llámese como se desee) tan reconocible como intrascendental desplegado mediante un sistema de castigos y recompensas que esconde la moralina de que todo cambio radical, toda concesión que se haga hacia lo desconocido, conllevará altos e inimaginables riesgos, lo cual es tan discutible como inoportuno, al igual que la precipitada e inconexa conclusión, decepcionante como pocos.
La raza alienígena (concretar cuál de entre las teóricamente miles existentes no es posible al no brindarse apenas referencias, por lo que se debe entender que se trata de una generalización de todas), siempre generadora de incertidumbres varias, ha aterrizado en el planeta Tierra para llevar a cabo una misión específica, abducir a los autoestopistas (pese a que la sinopsis oficial así reza no es del todo cierto, pues las víctimas son todas aquellas que no tengan familiares ni gente allegada, tal vez por mera rutina o puede que por consideración, siendo en cualquier caso la razón específica de que se decanten por ellos, sin respetar edades ni minusvalías, la soledad que suelen sufrir y las nulas repercusiones de su ausencia en caso de desaparecer de la faz) y transportarlos a su mundo, donde el hombre es considerado un manjar divino de exquisitez suprema (a falta de poder destacar otros aspectos buena es la corporeidad en sí misma); para ello cuentan con la colaboración de un experimentado mentor (Jeremy Williams, su forzada presencia cada cierto espacio temporal no se logra concebir) y una infiltrada, una atractiva (el adjetivo es cuestionable al ser la atracción que cualquier persona posee completamente subjetiva tanto para ella misma como para el resto) mujer (Scarlett Johansson, la sensualidad y belleza que rezuma, a pesar del estrepitoso peinado que exhibe y de haber rodado el proyecto cuando apenas había iniciado su etapa prenatal como bien insinúa el tamaño de sus senos amén de las declaraciones al respecto que profirió en una entrevista a la hora de presentar la cinta, se adecúan a un papel con mucho atractivo pero carente profundidad, un personaje inexpresivo y callado que la mantiene en un registro de interpretación con constantes limitaciones basado, por lo general, en no hacer nada, en permanecer a la espera con miradas gélidas y en intentar comportarse como lo haría un humano cuando tiene que hablar o sonreír) que sirve de cebo a los incautos que la presten la atención demandada.
Como ocurre con las grandes rarezas fílmicas, a aquellos que les guste la cinta les entusiasmará y considerarán que es poderosa a nivel visual (qué duda cabe que la labor del director de fotografía, Daniel Landin, es deslumbrante) y sonoro (es apoteósico el espacio propio que crea el responsable de la elección de temas, Mica Levi) al articularse un relato que, gracias a la focalización externa (la elección de localizaciones llevada a cabo por Eugene Strange es honorable), logra solventar la falta de recursos para sugerir sin mostrar mediante imágenes a veces poéticas y otras mundanas, pero el gran problema reside precisamente aquí, en que tal apreciación la compartirán solamente unos pocos (ellos seguramente sostendrán que por falta de capacidad del resto), siendo el parecer global el de haber presenciado una tragedia elíptica innecesariamente prolongada que despierta intriga pero sólo brinda repetición y tedio, porque alabar algo exclusivamente porque ciertos sectores insistan en que debe ser así no puede concebirse como legítimo; el material podría haber dado como resultado un extraordinario sueño febril, casi mágico, convertidor de vieja prosa en majestuosa poesía plasmando las consecuencias del deseo carnal no controlado (es decir, el más común, algo inevitable al no ser más, en esencia, que piel y huesos), pero no, las escenas culminantes desafían tanto las nociones preconcebidas sobre la identidad humana (determinados detalles demostrados por la inequívoca ciencia quedan en entredicho) como la imposibilidad de que todos los seres del universo sean extraterrestres disfrazados (de ser así nadie estaría a salvo de un mortal juicio), una vista pictórica nada coherente con la intelectual reconvertida en experimento presuntamente visionario que no termina siendo más que una sucesión de encuentros marcianos disfrazada de impagable enseñanza filosófica ideal para emprender el viaje del sueño más profundo jamás concebido.
Algunos, considerados por ellos mismos eruditos, han llegado a comparar el presente filme con 2001: Una odisea en el espacio únicamente porque guarda ciertas similitudes con el psicodélico tercer acto de la obra de Stanley Kubrick, pero sólo insinuar eso se antoja un insulso atrevimiento y una falta total de respeto a la memoria de la difunta figura del genio direccional, quedando circunscritas las adjetivaciones que merece este largometraje en el terreno de la coprofagia y elevando la insustancialidad hasta insoportables cotas merced a un deficiente guión (obra de Walter Campbell junto con el propio realizador, dejando tanto que desear que mencionar la novela de Michael Faber en la que teóricamente se basa se antoja poco menos que un insulto al ser puramente libre su conversión a la gran pantalla) y unos diálogos tan innecesarios como el principal reclamo de Under the skin, el desnudo (el primero se hace esperar apenas siete minutos y vuelve a suceder en el cincuenta y nueve y el setenta y siete, quedando el explícitamente integral reservado a los sufridores participantes masculinos) de su actriz protagonista para atraer con toda seguridad a las masas del celuloide; ante tan tajante a la par que refutada conclusión resta añadir que Jonathan Glazer se reafirma como un expositor de las falsas apariencias (sus dos anteriores incursiones, Reencarnación y Sexy beast, también recurrían a la idea de la ilusoria exteriorización inofensiva de un interior nada bondadoso) y, al mismo tiempo, como un autor cuyas ocurrencias parecen irse reciclando a medida que nuevas producciones ven la luz bajo su sello, y es que Under the skin apenas se aleja ya no de otras tantas cintas similares sino de las suyas propias más allá de pequeños contrastes de eficacia, pero ensalzar la belleza de los paisajes escoceses no tiene mérito, recrearse con lo nimio es absurdo y aprovecharse de la fragilidad de un niño denota un mal gusto injustificable (cuando se visione se sabrá perfectamente a qué se debe ésta añadidura), por lo que si antaño podía cuestionarse la grandeza o presuntuosidad de la asunción de riesgos del responsable en el séptimo arte ahora no cabe la menor duda, la segunda opción es la correcta.
Daniel Espinosa
The raid 2 (Gareth Evans, 2014)
Ficha técnica
Título original: The raid 2
Año: 2014
Nacionalidad: Indonesia
Duración: 146 min.
Género: Acción, Suspense
Director: Gareth Evans
Guión: Gareth Evans
Reparto:Iko Uwais, Arifin Putra, Oka Antara, Julie Estelle, Yayan Ruhian, Tio Pakusodewo, Ryuhei Matsuda, Alex Abbad y Kazuki Kitamura
Sinopsis
Poco después de finalizar una sangrienta redada, el inspector Rama se ve obligado a infiltrarse en un sindicato del crimen con el fin de proteger a su familia y descubrir la corrupción en el seno de su propia unidad.
Crítica
Pura adrenalina hecha película (a excepción de los primeros compases, más pausados, el resto es un no parar permanente), ése sería el más oportuno eslogan a atribuir a The raid 2 (en algunas zonas se estrenará junto con la extensión “Berandal”, cuya reveladora traducción sería “Matones”, acompañando al dígito), producción que ha sido descrita como El caballero oscuro e incluso El padrino de la acción y, aunque pueda antojarse una definición un tanto exagerada, lo cierto es que a lo largo de nada menos de dos horas y media (la extensión de la duración no se percibe larga cuando se procede al visionado sino todo lo contrario) el espectador se deleitará con excelentes coreografías, cuidados golpes, bestiales persecuciones y un guión que, sin ser el más original de la historia ni mucho menos, se muestra de un modo muy sólido (y valga señalar que menos visceral al percibirse más consistente en relación a su predecesora y tal vez por ello escasamente sorpresiva) y se desarrolla natural y ágilmente permitiendo conocer mejor a los personajes presentados en la primera entrega y el origen de sus motivaciones (todas circunscritas en el ámbito de la salvaguarda familiar); basta con admitir que tras esta incursión en el cine indonesio (la nacionalidad oficial de la cinta es ésta y no la estadounidense como pudiera creerse en un principio) nadie puede dudar de la valía de la camaleónica figura del británico afincado en Jakarte Gareth Evans (quien ya denotó su valía en el primer capítulo y dio muestras de su talento en el poderoso segmento “Refugio seguro” junto a Timo Tjahjanto en la notable antología de terror V/H/S 2) para asumir el rol de maestro de ceremonias tras las cámaras para evidenciar la satisfacción de tan violento largometraje (la exhibición en salas comerciales, aun previa censura, es prácticamente inimaginable por éste y otros menesteres), cuya espléndida fotografía y eterna crudeza contradicen aquella sentencia que muchos entendidos en la materia han defendido durante años, que segundas partes nunca fueron buenas, algo que jamás podrá aceptarse como cierto tras éste filme (de hecho ya ocurrió, sin ir más lejos ni necesitar adentrarse en temáticas de diferente índole, con la magistral secuela de Terminator, entre muchas otras).
Preestrenada en territorio español en el Festival de Nocturna 2014 (los asistentes allí presentes fueron unos auténticos privilegiados ya que, según afirma la distribuidora patria adquiridora de los derechos de la obra, ésa fue y será la única oportunidad de verla en pantalla grande, pues su venta irá directa al formato doméstico) celebrado en la capital madrileña (donde recibió una sonora ovación en señal de grata satisfacción final por parte del respetable) y avalada por parte de la prensa internacional (algunas de las palabras que la han dedicado han sido “sólo los espectadores con reconocimiento cero por el género saldrán poco impresionados” por Joshua Rothkopf de Time Out, “esta rara secuela amplía el alcance de su predecesora para producir algo más grande, más rico y mucho más gratificante” por Tim Grierson de Screendaily y “ni su drama encubierto ni las de dos horas y media de duración perjudican los numerosos y vigorosos festivales de lucha” por Nicolas Rapold de The New York Times), escritos que no se alejan demasiado de la verdad aunque la maquillan parcialmente; a pesar de que la cinta crezca en interés e intensidad a medida que avanza la trama la misma se torna algo larga y hasta pesada al contener demasiados elementos argumentales prescindiblemente explicativos a la par que poco convincentes, aunque el buen uso del recurso de la cámara lenta (la ofrenda de buenas ralentizaciones son múltiples pero selectas) y el apoteósico final (que pase a los anales de la historia es irremediable y si no lo hace será porque la difusión no es lo suficientemente justa), así como el nulo respeto de estereotipos (todos son candidatos a matar y morir) consiguen que esto quede en un segundo plano apenas detectable, e incluso las escenas que son similares a las de la primera entrega se perciben como elocuentes homenajes rememorativos y no como burdas repeticiones, lo cual es todo un éxito al alcance de muy pocos logrado a raíz del cambio a un lienzo más ambicioso y épico cuyo alto voltaje deja espacio al sentimentalismo más dramático (los conflictos conyugales están siempre presentes), a la corriente denominada “torture porn” (de un modo descafeinado) y hasta a momentos musicales (por la entonación de una canción sucedida prácticamente en el ecuador así es).
Decidido a encontrar al responsable de la reciente muerte de su hermano para ajusticiarlo Rama (Iko Uwais, pletórico ejerciendo de absoluto protagonista en la sombra aunque algo desmejorado físicamente y no precisamente por la cicatriz que presenta su mejilla izquierda ejemplificando lo consecuente que es ésta continuación), un reputado inspector de la ley implicado en un sinfín de infiltraciones para descubrir las denunciables intenciones de quienes se posicionen contra la justicia, se une a una pequeña unidad policial que actúa paralelamente a la corporación general para entrenarse y aprender las más letales técnicas y, así, acercarse paulatinamente con credenciales a benefactores, círculo de confianza y, finalmente, a Bejo (Alex Abbad, algo ridícula su caracterización pero imperiosa su encarnación), el hombre al que busca, quien asesinó a sangre fría a su pariente, con el que mantenía un escaso trato pero por el que sentía especial predilección; para llegar a él deberá ganarse la confianza de la organización criminal que dirige (el dominio territorial entre ésta y otra banda y especialmente la ruptura de la tregua que mantenían ambas es la principal causa que revoluciona la ya de por sí compleja situación), destacando entre los integrantes de ésta Bangun (Tio Pakusodewo, tan sobrio como sombrío) y su hijo Ucok (Arifin Putra, excepcional como suele serlo otro actor al que se asemeja mucho, Joseph Gordon), quienes dificultarán que las precisas directrices den los frutos deseados en la medida que se defiende con una identidad falsa entre corrupciones, celos, impaciencias, promesas vacías, traiciones y sospechas en una venganza que se va subjetivando cada vez más hasta no discernir claramente cuál es el camino a seguir en su afán de investigar (muy, exponiéndose en demasía) de cerca a sus objetivos.
Con una amplia diversidad de emplazamientos (plantaciones, vehículos, fosas, habitaciones, celdas, patios, almacenes, karaokes, estanques, clubs, discotecas, callejones, metros, fábricas, restaurantes, párquines, carreteras, garajes..), armas (escopetas, pistolas, puños tanto carnales como americanos, retretes, escobas, muros, cuchillos, piedras, rifles, maderas, mesas, sillas, ametralladoras, cristales, bates, machetes, bisturís, botellas, navajas, martillos, fogones, revólveres, corbatas, cinturones, puertas, estanterías, bidones, escaleras, bandejas..) y escenas de dureza extrema (la mayoría precedidas de un intercambio de desafiantes miradas que desembocan en luchas campales en las que se ven envueltos decenas de sujetos), las ubicaciones de la cámara (en lugares que se escapan a toda lógica e impactan sobremanera desde ángulos imposibles) transmiten tal genuinidad que no merece sino ser visionada, no siendo preciso para ello ser un amante de las artes marciales, las tonalidades alternativas o las sobreexposiciones de efectos especiales, pues esta tríada de aspectos está tan bien definida que no defraudará a nadie; todo lo que acontece en la trama coge empaque a medida que avanza y surge un largometraje con algo que contar, y además de una forma muy interesante a la par que impresionante, conformando un producto no imprescindible pero sí muy aconsejable en el que el antagonista por antomasia se descarta en virtud de un abanico de archienemigos a cada cual más resultante y carismático, y es que la frase inicial, “en realidad es una cuestión de ambición”, es una definitoria e imperiosa declaración de intenciones.
A los rostros ya conocidos (a excepción de aquellos que fallecieron en la anterior epopeya conflictiva) se unen otros igualmente importantes para el correcto devenir de la intríngulis y, en este sentido, la esperada aparición de Yayan Ruhian se hace esperar casi una hora pero es sin duda uno de los iconos de los dos filmes y por ende uno de los mayores reclamos, siendo por ello mayor el desencanto que genera su labor (amén de ser fugaz su labor se le humaniza de tal modo que pierde toda sustancia maquiavélica depositada en su figura anteriormente, al tiempo que se sacrifica su regreso en el futuro por la fatalidad del destino que le es deparado), algo contrarrestado por unos secundarios de lujo que infunden respeto (término al que se hace alusión muchas veces a lo largo de la película) y derrochan profesionalidad, repartiéndose entre todos (junto con los cientos de figurantes cuyo exclusivo propósito es el de recibir dolor y hacer que traspase la pantalla, siendo algunas reacciones algo exageradas); Gareth Evans se autoimpuso (por todos era sabido que, de llevarse a cabo una continuidad sería él mismo el encargado de proceder a ello) un listón tan alto que era impensable que pudiera alcanzarlo (superar la excelencia se debe presumir un acto de fe fuera del alcance del ser humano) de nuevo, pero así ha sido mayormente, y es que The raid 2 eleva la franquicia (ya se puede considerar así al haber visto la luz dos episodios y, sin duda, hacer lo propio más en un futuro próximo) a una épica del crimen en toda regla cuya comparativa resulta imposible al no poderse encontrar ningún título tan siquiera próximo a la calidad (en todos los aspectos, tanto interpretativos como técnicos, especialmente en lo concerniente al exquisito montaje del que hace gala, uno únicamente equiparable al del gran Quentin Tarantino en sus mejores tiempos, aquellos en los que contaba con la estimable ayuda de Sally Menke en dicha labor, la cual falleció en extrañas circunstancias a la temprana edad de los cincuenta y siete años hace menos de cuatro años) que ésta alberga sin repetir (apenas) situaciones, proponiendo otras más próximas al convencionalismo alternativo pero expandiendo el universo creado hasta convertirlo en un género particular en sí mismo.