Torment 25-04-2024 13:15 (UTC)
   
 

Torment
(Jordan Barker, 2014)


Torment




Ficha técnica


Título original:
Torment
Año:
2014
Nacionalidad:
Canadá
Duración:
75 min.
Género:
Suspense, Terror
Director:
Jordan Barker
Guión:
Michael Foster y Thomas Pound
Reparto:
Katharine Isabelle, Peter Cunha, Robin Dunne, Stephen Hattie, Noah Damby, Joe Silvaggio, Inessa Frantowski, Amy Forsyth, William Colgate, Adrianne Wilson, Sitara Hewitt, Asim Wali y Jordan Barker


Sinopsis


Una familia decide pasar unas vacaciones tranquilas en una casa de campo, pero cuando empiecen a ver cosas extrañas se darán cuenta de que unos huéspedes indeseados les vigilan y quieren acabar con ellos...



Crítica


El ya curtido realizador Jordan Barker no ha querido complicarse la vida (si hacer lo propio con los personajes de la historia convencional y previsible donde las haya que narra) en su regreso a la gran pantalla tras varios años (concretamente cinco) de inactividad y, aprovechando el mayúsculo éxito del que ha gozado recientemente la sobrevalorada Tú eres el siguiente (tal es así que a raíz del estreno de la misma su responsable, Adam Wingard, ha participado en tres antologías de terror de tanta repercusión independiente como The abc’s of Death y las dos entregas de V/H/S, además de haberse confirmado oficialmente su presencia en la cuadragésima edición del prestigioso Sitges Film Festival con su última obra, The guest) plagiando no sólo intríngulis argumental sino también apariencia enemiga, firma su tercer largometraje sin oficio ni beneficio, sin pena ni gloria; llegar a tan afilada conclusión sin la más mínima demora es tan inevitable como preciso al apreciarse rápidamente alarmantes reminiscencias directamente extraídas sin previa depuración o reconversión de un sinfín de clásicos del género, optándose por ello al poder alertar así a algún que otro incauto de lo que va a encontrarse y no se vea obligado a maldecir infinitamente esperanzarse por un prometedor adelanto y un inquietante cartel, premisas que no se traducen en más que desaprovechadas ideas.


La presencia de Katharine Isabelle, a la que muchos recordarán por su irrupción cuando apenas era una cría en Ginger snaps, es de lo poco destacable de esta nueva incursión al últimamente muy prolífico subgénero de las invasiones domésticas (Home sweeet home y La noche de las bestias son dos ejemplos muy diferentes entre sí pero igualmente pertenecientes a esta especie de corriente actual que poco presupuesto requieren y grandes beneficios conllevan) junto con la banda sonora, minimalista en todos los sentidos pero estrictamente eficaz (sin llegar a lucirse, Trevor Yuile logra infundir algo de suspense mediante éste apartado, el sonoro, recordando más por esto que visual o argumentalmente a la estupenda Los extraños); que un paleto desquiciado se postule como un peligroso malhechor nada más empezar la cinta y que unos urbanitas se vean atrapados en una zona de lo más rural (tanto que ni cobertura en el móvil hay), hoy en día, no sorprende para nada, de hecho, despierta inicios de comparativas en las que el suicidio se barajaría como opción determinante válida al resonar títulos como La matanza de Texas como postulante relativa, un clásico cuya larga (de hecho eterna) sombra siempre se observa en ocasiones como en ésta canadiense propuesta de la productora Filmax Internacional, cuyo desperdicio de las escenas más oscuras disipándose en tremendos errores (las recurrencias no son precisamente brillantes) hace que tanto el hastío como el aburrimiento aparezcan muy rápida y frecuentemente.


“Cuando uno no ha tenido un buen padre, debe crear uno”, ésta es la reflexiva frase del filósofo, poeta, músico y filólogo alemán, considerado uno de los pensadores contemporáneos más influyentes del siglo veintiuno, Friedrich Nietzsche que sirve de lema para un grupo de castigadores embutidos en m
áscaras de animales (el mismo no hace evidente acto de presencia hasta prácticamente el ecuador de la trama, es decir, una vez transcurrida media hora) de familias desestructuradas que ejercen de villanos y verdugos en una pequeña comunidad montañosa teñida de descoloridos aires ochenteros; Cori (Robin Dunne, cuya labor resulta especialmente lamentable cuando solloza afeminadamente), un treintañero que ha enviudado recientemente (destacar tal característica añera y no concretar más acerca del anunciado fallecimiento es la única opción que la escasa aportación de detalles permite), se dispone a pasar una tranquila temporada en una propiedad (se especifica cabaña pero la morada es más próxima a una mansión) alejada de toda civilización junto con su nueva mujer (Katherine Isabelle, irresistible incluso cuando desempeña labores domésticas de limpieza) y el pequeño Liam (Peter Cunha, insoportable de principio a fin), hijo que no soporta a su madrastra pero unirá lazos con ella a medida que una amenaza iniciada con el descubrimiento de los restos de varias pertenencias de unos intrusos cobre corporeidad pese a asegurarles el oficial Hawkings (Stephen Hattie, la suerte de contar con él se reduce a apenas unos pocos segundos presenciales), el agente policial de la zona, que no corren peligro alguno, y es que cuando alguien promete que todo irá bien suele ocurrir lo contrario (y más cuando quien profiere tan esperanzadoras palabras no inspira confianza alguna sino desconcierto).

Largos martirios con pinceladas de gore (ataduras y mordazas facilitan la tarea torturadora), subidas de decibelios para sobresaltar al respetable (la simple aparición de una sombra ya sirve de excusa), héroes inmovilizadas que mágicamente consiguen soltarse (y además hallan un arma situada convenientemente cerca para defenderse), maquillajes inalterables (sangre, barro y suciedad varia no afectan), inmolaciones en beneficio de otros (el acto en sí podría ser plausible pero hacerlo de la manera más patética imaginable en ningún caso)... deslices de este tipo abundan, por desgracia, en Torment; el juego de palabras para asegurar que el trabajo supone un tormento es tan cómodo que se antoja más propicio aconsejar no perder la oportunidad de proceder a un visionado que hará las delicias de... nadie, obviamente, pero al menos servirá para posicionarse más cometido en futuras ocasiones, requiriéndose un mínimo análisis previo para asegurarse una experiencia medianamente admisible, porque reincidir en fallidas benevolencias como la atribuida a Jordan Barker (quien, por cierto, se reserva una minúscula aportación interpretativa en la presente obra) despertaría la sospecha de que el problema reside en uno mismo por pecar de confiado ante una estrategia de persuasión como la apreciable en
éstos materiales promocionales.

Como se ha dejado entrever anteriormente el guión (curiosamente no escrito por el propio autor como suele suceder en este tipo de producciones, sino por la dupla formada por Michael Foster y Thomas Pound, no guardando parentesco alguno éste último con el célebre fisiólogo y naturalista británico que dos siglos atrás iluminó con sus ideales al mundo entero) brilla tan poco como el reparto principal (el secundario al menos cumple con las expectativas que pueden llegar a crear, es decir, morir cruelmente o asesinar atrozmente), y es que la trama puede resumirse en escasas oraciones (lo cual no se hará por respeto a quienes deseen conceder una oportunidad al metraje) y el suspense, lo único exigible en estos casos, no se atisba más que en forma de cliché (término tomado del francés en referencia a un estereotipo, frase, expresión, acción o idea que ha sido usada en exceso hasta el punto que pierde la fuerza o novedad pretendida, especialmente si en un principio fue considerada notoriamente poderosa o innovadora); para colmo de males (que vaya si los hay), el desenlace no aclara las motivaciones ni los objetivos de los supuestos antagonistas (se presumen como tal al permanecer los algo menos de ochenta minutos de duración del filme acosando a un clan del que exiguamente se especifica algo, pero la ética por la que se rigen no se antoja desechable), un descuido (o decisión) que, sin embargo, fundamenta la intención de demostrar que todo acto conlleva una serie de causa-efecto infinita y que la honestidad salva (como bien se recita), haciendo que la película se consuma livianamente sin agradar pero al menos tampoco desesperar hasta desembocar en una conclusión cuyo inesperado giro (los roles parentales se alteran absolutamente) abre la puerta a una secuela que, de urdirse como es debido, puede sorprender grandiosa y gratamente.



Daniel Espinosa




 
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