The necessary death of Charlie Countryman 19-03-2024 07:39 (UTC)
   
 

The necessary death of Charlie Countryman
(Fredrik Bond, 2013)


The necessary death of Charlie Countryman




Ficha técnica


Título original:
The necessary death of Charlie Countryman
Año:
2013
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
108 min.
Género:
Drama, Suspense
Director:
Fredrik Bond
Guión:
Matt Drake
Reparto:
Shia LaBeouf, Mads Mikkelsen, Aubrey Plaza, Rachel Wood, Rupert Grint, Melissa Leo, Vincent D’Onofrio, Til Schweiger, Vanessa Kirby, Montserrat Lombard, Lachlan Nieboer y Michael Reynolds


Sinopsis


Cuando Charlie conoce a Gabi ella es perseguida por un jefe de una banda del crimen que cuenta con matones a su disposición; armado con poco más que su ingenio, el joven enamorado sufrirá un golpe tras otro en aras de intentar proteger a la chica y mantenerla fuera de peligro.



Crítica


El amor, ese sentimiento que nadie puede llegar a entender en su plenitud hasta que lo padece (al fin y al cabo el mismo lleva aparejado la aversión contraria, pues todo lo que tiene un inicio también goza de un final) y sin embargo es empleado cual palabro sin el menor contenido existencial (nada más lejos de la realidad, ya que pocos términos conllevan una carga tan alta de exaltación interior), es el complicado tema del que se vale Fredrik Bond en la que supone su tercera producción (siendo las dos anteriores el vídeo auditivo Moby play y el cortometraje The mood, datadas de dos mil uno y dos mil cuatro respectivamente, amén de protagonizar sendas breves apariciones en las series televisivas Bara du and jag nueve años atrás y Efter iio esta misma temporada); el responsable alude a tan deseado y a la vez temido terreno combinando elementos típicos del género romántico con otros propios del criminal, conformando un producto disfrutable tanto por los adeptos a uno como por los seguidores del otro al contener suficiente material para ello, manejando con solvencia un tirante equilibrio entre acción (cierto es que el excesivo uso de la cámara lenta en los compases finales desespera) y sentimentalismo (el concepto de lo que popularmente se conoce como tórrido debería revisarse a juzgar por la opción que se presenta aquí) consistentemente interesante y medianamente destacable por encima de la media de metrajes mayormente nimios, siendo el principal error de éste no la concepción ideológica presentada sino la resolución del entramado propuesto, no tanto decepcionante como precipitadamente inválido, y es que el clásico final feliz no tiene cabida por más que se trate (que de hecho ni se intenta de hacer) de justificar.


Cerrados de miras asegurarán sin objeción alguna que se trata de un exceso de sexo y derramamiento de fluidos solamente comparable, desde la vertiente más negativa de la relación entre ambas, a la recientemente estrenada (no así como producida, pues ya hace una temporada que se realizó pero la lentitud con la que ven la luz los filmes también afectó a ésta) Only god forgives, e incluso ingratas mentes insatisfechas defenderán que la cinta guarda poca seriedad (que la desinhibición de ciertos compases es mayúscula resulta evidente, pero ello se debe a un exquisito humor negro y no a una burlesca intentona cómica) y que los actores solamente ofrecen retratos vagamente irónicos de unos personajes que no son ni suficientemente tópicos ni lo bastante indeseables como para merecer más catalogación que la de desechables, pero nada más lejos de la realidad; lo cierto es que The necessary death of Charlie Countryman (la nomenclatura no deja lugar a dudas acerca de la intríngulis narrativa que se va a visionar a pesar de ser sumamente engañosa) alberga mucho más, hospeda la conmoción pasional que cualquiera puede sentir al conocer a aquella persona que cree es su otra mitad, el complemento perfecto a su ser manque éste sea no perjudicial sino mortal para sí mismo, la extendida frustración afectuosa llevada al extremo para la ocasión al servicio del entretenimiento cinéfilo sin dejar de respetar determinadas directrices formales para mantener cierta verosimilitud, así como rigidez (no carente de la delicadeza propia de un panadero elaborando su más sabrosa barra), argumental a pesar de desvanecerse en no pocos instantes a causa de escenas aparentemente incomprensibles pero realmente simbólicas (el mejor ejemplo es el mensaje a modo de pinturas callejeras que se observan en mitad de una de las frenéticas huidas del protagonista, exactas premoniciones de lo que con inminencia sucederá).


Sumido en el más profundo malestar por la inesperada pérdida de su madre, el joven Charlie Countryman (Shia LaBeouf, para cualquier otro la montaña rusa que asume se hubiera convertido en una estrepitosa debacle pero él firma con ella una de sus mejores interpretaciones), al que la desgracia acompaña siempre (o tal vez el destino sea el que estipule los acontecimientos y no el infortunio), se dirige, previa recomendación de su difunta progenitora (las alucinaciones son una constante) a Bucarest sin más propósito que el de experimentar cuan caprichoso puede llegar a ser el destino dejando que sea éste quien marque los pasos que debe seguir, un camino al parecer poco benevolente a juzgar por la muerte (en su propio hombro, para más inri mientras dormía plácidamente) del pasajero contiguo del avión al que embarcó para llegar al citado destino; el hecho, ya de por sí traumático, conllevará un cambio radical en su hasta entonces plácida existencia, pues las últimas palabras que le dedicó el desconocido versaban sobre la entrega de un objeto a su hija Gabriela (Rachel Wood, magnífica tanto cuando deja aflorar sus impresiones como cuando se muestra aparentemente impasible), a la cual conoce casualmente (o causalmente, como es la tónica de todo cuanto acontece) y por la que comienza a obsesionarse sobremanera hasta conseguir que se fije en él, lo cual no le aportará satisfacciones sino problemas, emprendiendo una desigual lucha contra la banda del crimen a la que antaño perteneció su musa mediante hazañas de gran valor, todo ello para salvar a la mujer de sus sueños (al menos él la considera inconsciente e irremediablemente así).


Tildar de catástrofe fílmica a la producción porque se tambalea como un azorado entre la aventura desfasada y la comedia surrealista con pequeñas dosis de realismo mágico como algunos críticos supuestamente especializados han hecho no tiene la más mínima lógica, pues si bien es cierto que la historia puede considerarse alucinada por la cámara al hombro que prima en su método traslativo del guión a la pantalla y determinadas situaciones, no lo es menos que la especie de parodia de Trainspotting que finalmente se da con el designio exclusivo de mantener la respiración se logra con creces tejiéndose al unísono un abrigo de concienciación, transitando entre el asumible el delirio y el razonable despropósito; la forma en la que el papel se torna imagen puede resultar algo fatigosa, qué duda cabe, pero lejos de antojarse irritante se percibe como un hecho primitivamente formidable, pues la simpleza con la que una fábula (al fin y al cabo la trama no deja de ser esto) cobra tintes épicos es digna de mención (tanto como el equipo actoral secundario, siendo especialmente imprescindible la labor tanto de Mads Mikkelsen como de Til Schweiger, sin olvidar la simpática aportación de un irreconocible Rupert Grint), pese a que se tenga que añadir para complementar la frase y que sea justa con lo extraña pero atrayentemente expuesto aquello de “tanto para bien como para mal”, porque así es, deben considerarse matices como los explicados anteriormente para analizar como es debido semejante rareza, muy posiblemente una de las más curiosas de todos los tiempos.


La controversia global de la cinta no se limita al premeditado y paulatinamente desestructurado escrito (obra de Matt Drake, quien difumina a su antojo la clarividencia que se muestra), sino que va más enfocada a proponer cuestiones existenciales acerca del oportunismo, del aprovechamiento total de una predisposición incontrolable hacia la defensa de alguien que apenas se conoce pero sin embargo se desea como a nadie, y es que posiblemente esa falta de familiarización es la que mueve a uno a anteponer cuanto está a su alcance en aras de tratar de permanecer en una adulterada nube de felicidad que, antes o después, voluntariosa u obligadamente, termina por desvanecerse entre tristes melodías (tal vez sea el mejor momento para señalar que la banda sonora es majestuosa) anunciadoras de una insoportable depresión causada por la marcha (si es que alguna vez llegó) de lo corpóreamente implorado; la confrontación de la pérdida no se ciñe a la relación sobre la cual gira todo el entramado, pues los filosofismos citados no distan en demasía de las pretensiones, mayormente logradas, de un autor que mantiene en todo momento la compostura a la hora de plasmar situaciones reconocibles debidamente alteradas para hacer de la realidad ficción, de The necessary death of Charlie Countryman uno de los proyectos más humanos de la última década y de su figura direccional una representación de las alternativas que existen y no deben obviarse jamás aun no disponiendo de mayor repercusión que la viral, cada vez más recurrida diversiforme y eficazmente al limitarse la fraudulenta inversión que le sería promocional en virtud de una nada desdeñable e insanamente instauradora (cuanto menos en la mente del espectador) aportación imaginativa, una joya de las que muy de vez en cuando el séptimo arte incorpora a su lista de películas de culto.




Daniel Espinosa

 
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