R100 19-03-2024 10:35 (UTC)
   
 

R100
(Hitoshi Matsumoto, 2013)


R100



Ficha técnica


Título original:
R100
Año:
2013
Nacionalidad:
Japón
Duración:
95 min.
Género:
Drama, Fantástico
Director:
Hitoshi Matsumoto
Guión:
Hitoshi Matsumoto, Koji Ema, Mitsuyo Takasu y Tomoji Hasegawa
Reparto:
Nao Omori, Mao Daichi, Shinobu Terajima y Matsuo Suzuki


Sinopsis


Un oficinista adicto al sadomasoquismo entra en un exclusivo y misterioso club en el que encuentra a mujeres seductoras y dominantes; ser miembro conlleva no poder cancelar su pertenencia durante un año...



Crítica


La adaptación a la acción real del famoso (cuanto menos en su país de origen) manga “Lupin the 3rd” llega al mundo del celuloide (anteriormente ya lo había hecho al televisivo con una serie de veintitrés episodios) bajo el sello del siempre singular Hitoshi Matsumoto, quien sigue respetando su tradición bianual (cada dos temporadas lanza al mercado un título, habiendo sido los anteriores Big man Japan, Symbol y Scabbard samurái en dos mil siete, nueve y once respectivamente) y la exigencia de conocer su singular proceder para disfrutar como es debido sus trabajos, pues hay directores cuyas obras resultan tan anodinas y mediocres que descubrir quiénes son y de dónde vienen es una soberana pérdida de tiempo pero, con otros, como es el caso (y el de Quentin Dupieux, por citar otro nombre que sigue un hilo narrativo parecido a éste incluso, siendo más concretos por aquello de mencionar un filme mínimamente afín, su laureada Rubber), se hace simplemente necesario para entender lo que plasman; así, recuperando algunas de las licencias que patentó en su debut con Dainipponjin (entre ellas el firme pensamiento de que la gente suele dividir las cosas en dos categorías y después deciden a cuál pertenecen para definir su identidad y sentirse seguros consintiendo impuestos cánones), el responsable expone sus credenciales más allá de la polémica (en citas anteriores ha criticado duramente de todas las maneras posibles el modelo de vida japonés predicando la destrucción familiar y asegurando que con la cantidad de jóvenes liberales que hay merece la pena casarse para ver cómo una mujer se vuelve cada vez más fea e insoportable) para poder ser considerado un autor plausible con éste relato sobre la cobardía humana que baraja la posibilidad de que el único modo de superar el masoquismo sea su opuesto, el sadismo, y que la auténtica felicidad reside en la libertad despótica pese a que no est
é bien considerada.

El ejemplar señor Katayama (Nao Omori, quien se muestra majestuoso en su altamente complejo papel de encarnación), un oficinista (más concretamente un vendedor de objetos del hogar de una tienda especializada en dichos menesteres) que lidia con una ordinaria y triste vida marcada por la prolongada internación de su mujer en un centro sanitario (la cual permanece en estado vegetativo permanente desde hace mucho tiempo) y el apremiante inicio de las rebajas de la vuelta a los estudios (lo cual se traduce en más estrés), es un padre de familia completamente normal salvo por sus gustos fetichistas, sintiendo por ellas una insana adicción al concebirlos como su única vía de escape; en busca de emociones fuertes acude al “Bondage”, un club sadomasoquista en el que las damas no utilizan sus manos para abrir puertas (para eso y otros funciones profesionales ya están sus pies embutidos en altos tacones) sino para maquillarse y complacer a los caballeros que acudan al lugar de un modo un tanto atípico, dominantes mujeres cuyo único objetivo es corresponder las visitas de sus clientes al centro (e incluso fuera de él, desplazándose y siguiéndoles de cerca sin el consentimiento explícito de ellos) con depravaciones varias primeramente aceptadas al plasmar sus firmas en el oportuno contrato anual, siendo una de las principales y más llamativas normas que no se puede cancelar antes de su vencimiento bajo ninguna circunstancia...


Además de la citada cláusula existe otra igualmente relevante que versa sobre la total sumisión del usuario, obligación que, como el recién inscrito comprobará, no es nada sencilla de respetar, y es que a pesar de que el máximo responsable de la organización asegura que está a punto de embarcarse en un viaje hacia el reino de los sentidos para disfrutar de una euforia sin igual, dicho éxodo no está exento de violencia y, por consiguiente, de sufrimiento (buena muestra de ello dará su cuerpo cuando los morados originados por los fuertes golpes recibidos comiencen a colorear su piel); formando parte del juego que ha resuelto aceptar el silencio y el abandono, irá aprendiendo (tal y como le adelanta el recepcionista de la sede a la que asistió) que el sufrimiento normalmente causa dolor pero cuando éste excede ciertos límites se convierte en placer y uno se manifiesta como es en realidad cuando experimenta lo extraordinario, despertando entonces la verdadera naturaleza oculta que alberga, misión complicada aún más con la aparición en escena de un misterioso desconocido que asegura pertenecer a una agencia gubernamental que lucha contra los elementos antisociales le advierte de que está involucrando a su familia, y así será, en efecto, a ra
íz de un fatal accidente del que no es garante pero del cual deberá responder como si de una acción propiamente suya se tratase.

“Lo que verán a continuación es una obra de ficción ejecutada mediante animación de maquillaje en tres dimensiones y otra tecnología; durante el rodaje no ha sufrido daño ninguna criatura (animales, niños, etcétera)”, tan anormal mensaje sirve de preludio para el desfase inminente que se va a presenciar, una de tantas singularidades (otra directamente mencionable es el hecho de que el título no aparezca en pantalla hasta los cuarenta minutos, algo tan inaudito como que a partir de entonces lo haga de nuevo en hasta tres ocasiones más) que convierten la presente propuesta en una experiencia única de locura extrema que culmina con un apoteósico espectáculo pirotécnico a ritmo de clásicos melódicos para, en último término, concluir con un recopilatorio de las mejores escenas mientras suena el cuarto movimiento de la novena sinfonía del célebre Ludwig Beethoven, el popular “Himno de la alegría”, pieza que se menciona varias veces desde una vertiente filosófica antes de ser reproducida y suponer la antesala de un absurdo embarazo final que no justificaría una secuela pero sí plantea tal posibilidad; apaleado en unas escaleras, humillado en un restaurante, ahogado en una fuente, amenazado en una cabina, fustigado en unos aseos, atado en un hospital, vejado en un salón, perseguido en un coche, asediado en un ático y consumido en un cobertizo son algunas de las situaciones en las que el protagonista se verá implicado, variopintas estrategias urdidas por parte del supuesto centenario creador de la película (en la misma se alude a dicho anciano mediante un quinteto de figurantes situados fuera de la propia trama que critican los gustos e incongruencias de éste simulando ser espectadores ajenos al proyecto) para excitarle genuinamente recurriendo a lo inesperado que harán las delicias del respetable, si bien puede que la sensación de estar visionando un cúmulo de sandeces sin sentido aparecerá, casi con certeza, muy asiduamente.


Aunque el autor japonés haya declarado en varias ocasiones que posiblemente sea el realizador que menos cine ve de todo el planeta (el sentido de la insurrección le nace de dentro), R100 alberga momentos memorables que demuestran su talento y dominio del medio mediante el aprovechamiento tanto del amplio abanico de personajes (tales como “La reina de las voces” que imita las tonalidades de los demás y “La reina de la saliva” que escupe sin previo aviso, sin olvidar a “La reina engulletodo que no sacia su apetito jamás) como del escaso número de escenarios (básica y substancialmente “El salón del agua”), siendo por ello técnicamente rica (cámaras subjetivas, panorámicas infinitas y primeros planos se suceden naturalmente) e imaginativamente poderosa (los efectos especiales cumplen su cometido sin alardes ni presuntuosidades) pero estando destinada exclusivamente a determinados paladares, pues el punto de vista occidental del que hace gala (esa recargada extravagancia próxima a la barbaridad más obvia puede resultar inasumible) es privativo, pero es que si Japón (como negocio del séptimo arte) no existiera habría que inventarlo; la excelente banda sonora a cargo de Hidekazu Sakamoto y la épica fotografía de Kazushige Tanaka son más que suficientes para que Hitoshi Matsumoto moldee adecuadamente una cinta que postreramente se antoja más paradójica que provocadora pero que, en cualquier caso, puede ser considerada de culto merced al guión (urdido nada menos que a ochos manos), pues contiene los suficientes elementos de catalogación sumamente extraña para que así sea (sin ir más lejos y por citar dos, la negativa de ayuda policial argumentando que lo que está sucediendo es consecuencia de un acuerdo bilateral y el baile no sensual pero sí nutritivo que cierta mujer entrada en carnes dedica a alguien que no puede verla instantes antes de morir atrozmente por torpeza propia), implicando que todo aquel que la visione (la oportunidad concurrirá por una vez sin necesidad de recurrir a la piratería ni copias importadas al distribuirla en el estado español Mediatres Estudio) la juzgue como su parecer dicte.



Daniel Espinosa




 
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