At the devil's door 08-05-2024 08:15 (UTC)
   
 

At the devil’s door
(Nicholas Carthy, 2014)


At the devil's door




Ficha técnica


Título original:
At the devil’s door
Año:
2014
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
89 min.
Género:
Drama, Terror
Director:
Nicholas Carthy
Guión:
Nicholas Carthy
Reparto:
Ashley Rickards, Catalina Sandino, Naya Rivera, Michael Massee, Nick Eversman, Mark Steger, Wyatt Russell, Daniel Roebuck, Jan Broberg, Colin Egglesfield, Arshad Aslam, Kelsey Heller, Kent Faulcon, Bresha Webb, Assaf Cohen, Shaun Hagan y Olivia Crocicchia


Sinopsis


Cuando una ambiciosa joven trata de ayudar a una chica perturbada ésta responde con una fuerza sobrenatural que la pondrá en peligro; la extraña, dotada y pose
ída, tiene planes sumamente siniestros para ella...


Crítica


El ocultismo es un tema que agrada a propios y extraños, entre ellos, a Nicholas Carthy, quien se inició en la dirección cinematográfica dos años atrás precisamente en tan misteriosa vertiente con la mediocre (no tanto por el resultado en sí mismo sino por intentar abarcar más de lo que podía, algo de lo que peca más si cabe en la presente ocasión) The pact y que, ahora, la retoma con el que supone su segundo trabajo (tanto detrás de las cámaras como del guión como los cánones de toda humilde producción dictan), una obra prescindible donde las haya que, pese a contener la típica serie de elementos propios del género menos provocativo, supone una experiencia fantasmagórica medianamente decente, aunque se sitúe en terrenos tan pantanosos como inconclusos; una vez más, el vídeo promocional (poco menos que magnífico) engaña, tanto que cualquier parecido entre el mismo y la cruda realidad es pura y caprichosa coincidencia del azar, haciendo valer el responsable aquel dicho que asegura que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y es que se repiten las miserias del anterior obra (de la que se espera vea la luz esta misma temporada una secuela por parte del tándem formado por Dallas Richard y Patrick Horvath) para convertirse en otra sonada decepción, tornándose lo que parecía ser una horripilante cinta de terror sobrenatural en algo casi letárgico.


En esencia, lo que ofrece At the devil’s door es exactamente lo mismo que cualquier otra (aun teniendo en cuenta el matiz de las posesiones demoníacas el círculo es sumamente amplio y la mayoría de los títulos comparativos superan con creces a éste) con la visión introspectiva del realizador a base del melodrama propio de una telenovela sin llegar a conjugarse del todo bien al obcecarse en dotar de sentimientos a cada uno de los personajes de la historia desatendiendo la intríngulis de ésta, el aspecto más importante de una película sea cual fuere su procedencia y destinatario; da la impresión de que se haga más hincapié en las herramientas que en la pieza a construir, costando horrores sumergirse en la trama al albergar una absoluta incapacidad de indagar en el relato y de hacer que transcurra de forma natural y fluida (no ayuda demasiado que hasta tres protagonistas en sendos capítulos sencillamente diferenciales se sitúen, sin apenas conexión entre ellas, en el centro de la acción) con el consiguiente efecto de, cual mito griego, interminable bucle, aportando al espectador muchos detalles que tendrían sentido si obedecieran a una finalidad pero que, sin embargo, se antojan añadiduras para que la pieza se extienda hasta la concepción de filme.


En una autocaravana estacionada en medio de un inmenso descampado habita Mike (Michael Massee, aparece poco en pantalla pero su relevancia es tan alta como la adecuación de su labor), un sexagenario que practica la magia negra con incautas pecaminosas que, con el reclamo de obtener quinientos dólares a cambio, acepten formar parte del juego que las propone, uno en el que se manifiesta la normalidad o especialidad de éstas (el viejo fraude de los trileros es el medio seleccionado para ello, cerrando el particular círculo de consecutivos usufructos físicos la sobrante e insulsa Naya Rivera); Hannah (Ashley Rickards, algo exagerada cuando simula observar entes a su alrededor pero mayormente correcta) es una de las pobres chicas que consiente y, curiosamente, resulta estar señalada por el anticristo para desempeñar una función todavía no revelada en un momento aún no determinado (misticismo que agranda las expectativas sobremanera, siendo éste inicio de escasos ocho minutos, catorce su le suman las inmediatas consecuencias de dicho ritual), arrastrando en la desgracia que la espera tanto a seres queridos (la preocupación de los padres es enorme al desconocer el paradero de su querida hija durante más de dos meses) como a todavía anónimos (concretamente a dos hermanas, huérfanas a juzgar por cierto fugaz comentario proferido por parte de una de ellas).


“Ven a mi” comienza a escuchar y cosas inexplicables empieza a ver (todavía en referencia a la primera víctima de la entidad más perversa y poderosa proveniente de las tinieblas, pues son varias las que a lo largo de la trama caen en sus garras respetando su corporeidad infundida en una gabardina roja cual Caperucita Roja), mas la creciente sucesión de fenómenos paranormales concluye con un inquietante hecho cuando trata de conciliar el sueño (con el resueno de una extravagante y fuerte música en sus oídos a través de unos grandes cascos) en una oscura y lluviosa noche invernal, y es que un pérfido ser aguarda en el armario de su habitación para violarla (espectralmente) mientras levita; paralelamente, la inocente y servicial Leigh (Catalina Sandino, irregular pero aceptable interpretación la suya), una agente inmobiliaria sin otro particular que el de apropiarse de cuantas viviendas pueda al menor coste para obtener el máximo beneficio (que lo primero que haga al llegar a una es comprobar si en los cajones de los armarios hay dinero escondido es indiscreto cuanto menos), se cree en el deber de ayudar a una desconocida (en efecto, la citada desde el principio del resumen), tal vez por mera caridad o puede que para redimirse de ciertas discordancias personales, pero lejos de comportarla tranquilidad hará que se vea involucrada en la perniciosa ceremonia y se cerciorará que, a veces, es mejor no auxiliar a alguien sin saber nada de él, y menos cuando posteriormente se descubre que lleva diecisiete años muerto y porta el mal en su interior...


Una cita tan memorable como reflexiva (“vi una bestia surgir del mar, engañó a los habitantes de la Tierra y les forzó a recibir la marca del número de la bestia en la mano derecha, el 666...”) pronunciada tanto en la apertura como en la clausura, una atmósfera bastante lograda y un ritmo algo pausado pero constante no son alicientes suficientes para augurar a At the devil’s door un exitoso circuito comercial, pues aunque llegue bajo el sello de IFC Midnight (laureada compañía que se está caracterizando en las últimas temporadas por apostar por filmes de terrorífica índole de corte independiente) y ello siempre sea sinónimo de cierta calidad lo cierto es que no es la mínimamente exigible; movimientos de vasos, obertura de puertas, apagamiento de luces, rotura de cuadros, equivocados diagnósticos, infernales espejos, delatores silencios, virginales embarazos, repentinos desvanecimientos, traumáticas ecografías, complicadas inspecciones, sufridas soledades, fracasados suicidios y maliciosas niñeras son algunos de los elementos que confluyen en una película de muy buena factura técnica pero infausto progreso que ni pasará a los anales de la historia del séptimo arte ni será considerada válida para muchos pero que, por qué no, merece un hueco en una de esas tardes de sábado (o domingo) en las que uno sabe a qué destinar su tiempo, pues algún que otro acierto la salva de la criba en la que esta clase de largometrajes se instauran desde sus concepci
ones.



Daniel Espinosa

 
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