Cabin fever: Patient zero 07-10-2024 04:46 (UTC)
   
 

Cabin fever: Patient zero
(Kaare Andrews, 2014)


Cabin fever 3: Patient zero




Ficha técnica


Título original:
Cabin fever: Patient zero
Año:
2014
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
95 min.
Género:
Suspense, Terror
Director:
Kaare Andrews
Guión:
Jake Wade
Reparto:
Sean Astin, Mitch Ryan, Brando Eaton y Ben Hollingsworth


Sinopsis


Un grupo de amigos deberá sobrevivir en una isla desierta antes de que la carne enferma que les rodea y contagia los consuma a todos.



Crítica


Cuando apenas era conocido por una minoría y su incondicional amistad con Quentin Tarantino no se percib
ía como un interesado un aval (de hecho el trabajo que se va a mencionar supuso su ya lejano debut tras las cámaras), Eli Roth lanzó al mercado un producto que, por su desenfadado desarrollo y atractiva puesta en escena, le convirtió con suma rapidez y extensión territorial en un habitual en conversaciones entre amigos y amantes de las rarezas fílmicas sazonadas con el sentido del humor popularmente conocido como ácido (es decir, aquel en el que las incorrecciones morales, políticas y sociales abundan), el título del mismo era Cabin fever y la temática, por aquel entonces, resultaba absorbentemente inaudita (la cantidad de cintas que desde aquella primera incursión del susodicho han basado la intríngulis de la trama en una infección de origen desconocido ha propiciado que en la actualidad se aborrezca sobremanera tal recurso como premisa); una decena de años después, y tomando el relevo del habitualmente excepcional Ti West (en dos mil nueve fue él quien firmó una secuela tan innecesaria como decepcionante que se estrenó directamente en formato doméstico), Kaare Andrews se atreve con la tercera entrega de tan gratamente recordada producción, cabiendo destacar la alternativa que en ésta se da de enfocar la problemática (la repetición de la base argumental es obvia pero reformulándose la presentación) desde una vertiente más formal y, por ende, más estremecedora al percibirse más próxima y creíble, obviándose (prácticamente) la inclusión de los elementos cómicos tan característicos (aunque diferentes) de sus dos predecesoras, siendo probablemente la mejor de las tres entregas.

En un conjunto de viviendas subsidiarias donde los turistas americanos construyeron casas para los pobres han sido encontrados veinte muertos junto con una anomalía de la cual, los científicos estadounidenses encargados del proyecto experimental para estudiar lo acontecido en relación a tan fatídica problemática, han recibido una muestra (para ser más exactos una persona considerada el paciente cero, el cual da sentido al título de la propuesta) con el propósito de evitar que el aislado suceso se convierta en una catástrofe de dimensiones épicas que posicione a la raza humana al borde de una pandemia global; instalados en una isla del desierto tropical, llevan a cabo las oportunas investigaciones sobre Porter (Sean Astin, elocuentemente enigmático a la par que convincente en todo momento), portador que permanece ilegalmente encerrado en una claustrofóbica sala de aislamiento padeciendo multitud de pruebas bajo la excusa de que “a veces es necesario dañar a uno para salvar la vida de millones” al ser considerado la única alternativa al ser inmune a tan extremadamente carnívoro, letal y sistemática amenaza, pero comprensiblemente no está dispuesto a aceptar las imposiciones que tratan de practicarle para crear la vacuna en cuestión y urde un plan en aras de escapar a la mayor brevedad.


Paralelamente, Marcus (Mitch Ryan, de semblante serio pero buen hacer interpretativo a excepción de ciertas simulaciones de dolor extremo que no provocan empatía sino vergüenza ajena), un joven responsable copropietario de una tienda de buceo, se dispone a disfrutar de una agradable escapada (noche incluida) lejos de su actual pareja (cabe señalar esto porque una antigua, a la que una desinteresada vendedora la proporciona un amuleto de protección contra el mal, lo cual resulta extremadamente premonitorio, tendrá parte de protagonismo al generarle dudas sentimentales) a modo de desinhibida despedida de soltero, siendo su objetivo acampar en una carpa a la orilla de la playa ubicada, precisamente, en la zona paradisíaca anteriormente citada, la cual comienzan a sospechar que está en cuarentena a raíz de comprobar personalmente cómo los peces no nadan sino que flotan y que el mínimo contacto con éstos les origina un brote que paulatinamente les destruye interior y exteriormente (el carácter se ve tan afectado como el físico, pues les desmoraliza al tiempo que sus tejidos se desintegran); por más remedio al que recurren no consiguen que los efectos desaparezcan (en este punto cabe señalar que es curioso e inexplicable cómo unos se contaminan con suma facilidad y otros precisan de mucho trato para ello), una situación médica de alarmante urgencia resolutiva a la que deberán hacer frente sin otra ayuda que la que les puedan proporcionar los residentes del edificio (el búnker de la base en la que se iniciaron los acontecimientos) que vislumbraron instantes antes de desembarcar del yate que les transportó desde tierra firme hasta el lugar, en el remoto supuesto de que éstos todav
ía sigan con vida y deseen auxiliarles...

Cabin fever: Patient zero
es una película tremendamente dinámica que cuenta a su favor con uno de los mejores usos del gore de los últimos años circunscritos en la forzosa sobriedad económica (si por algo se ha caracterizado la franquicia ha sido por eso y por la modestia que ello implica, estando aquí tan acentuado el sentido artesanal de los efectos de maquillaje que recuerda, junto con el festival de sangre a raudales del último tercio de metraje, a la estupenda revisión de Evil Dead estrenada la temporada pasada), lo cual la hace destacar por encima de la media, presentando de esta manera una historia estupendamente construida que empieza como debe y termina donde corresponde, resolviendo las tesituras desarrolladas de manera descabellada pero valiente (el desenlace, con la reconstrucción de lo verdaderamente ocurrido durante los créditos finales, es más bien poco convincente), dejando con ganas de (mucho) más merced al constante interés que produce una trama tan conocida como efectiva, recurriendo a una fórmula un tanto detestable pero imprescindible para asegurarse los propósitos que por encima de todo deben cumplirse; así, sin llegar a alcanzar la calidad de original, el filme no resulta desdeñable en ningún aspecto, siendo el ritmo más que correcto (parece extraído del cine gore italiano de los setenta, con una instauración de tensión muy lograda) y conteniendo la suficiente hemoglobina como para satisfacer a los seguidores  de la saga y a todo aquel amante de la distracción sin pretensiones, pese a que los personajes estén mal definidos (tratar de conectar con adolescentes cuyas escasas neuronas funcionales se dedican a avisarles cuál es peor momento para beber y drogarse no es precisamente sencillo pero posiblemente esta clase de propuestas exija esa indefinición en detrimento de una mayor carga intelectual) y el espectador, lejos de apiadarse de ellos, no conciba como una tragedia sino como una expiación la masacre que sufren porque, sinceramente, lo único que se espera de semejantes lacras sociales es ver cómo tiñen de rojo la pantalla y vaya si eso se cumple (eso sí, acumulándose prácticamente todo este festín de barbaridades y vísceras en la gran segunda mitad).

El responsable de la más que digna Altitude (curiosamente de origen canadiense) y participante activo en la irregular antología The abc’s of Death, ha apostado por un contenido más adulto (desde la perspectiva de la respetuosa seriedad que el género merece y pocas veces se cumple) focalizando la acción en dos escenarios tan diferenciados como complementarios (argumentalmente unificados facilitan el escaso entendimiento requerido) que es recibido con escrupulosa admiración, a pesar de que desafortunados detalles como el del exceso de la cámara lenta (si bien es cierto que intensifica el sentir de las secuencias más espectaculares no lo es menos que su reiterado uso resulta aborrecible) y la lucha de féminas que acontece terminalmente (en la que literalmente se despellejan sin concesiones dos incontrolables mujeres) resten gran parte de mérito, una declaración de intenciones en toda regla de que su estilo personal no lo condicionan patrones preestablecidos (a falta de poder verter más palabras sobre el filme bueno es referirse a su carrera profesional); por último, informar de que ha sido confirmada de forma oficial una cuarta parte (en teoría dirigida por el mismo autor que en esta ocasión), Cabin rever: Outbreak, para una fecha inconcreta de la presente temporada, lo cual, ateniendo al poco margen temporal para que las ideas maduren como deben (en caso de ser buenas, algo ya de por sí cuestionable) se antoja una precipitación que no invita más que al descarte pero que, de resultar tan aceptable como la presente, será de obligado visionado para una de tantas tardes de sábado que uno no sabe en qué invertir el tiempo y desea obtener un entretenimiento ameno.




Daniel Espinosa

 
 
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