The signal 29-04-2024 10:50 (UTC)
   
 

The signal
(William Eubank, 2014)


The Signal




Ficha técnica


Título original:
The signal
Año:
2014
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
91 min.
Género:
Ciencia ficción, Drama
Director:
William Eubank
Guión:
Carlyle Eubank, David Frigerio y William Eubank
Reparto:
Beau Knapp, Brenton Thwaites, Olivia Cooke, Lin Shaye, Laurence Fishburne, Patrick Davidson, Robert Longstreet y Roy Kenny


Sinopsis


Tres estudiantes desaparecen sin dejar rastro; lo último que se conoce de ellos es que estaban siguiendo la pista de un hacker informático...



Crítica


William Eubank
, quien ya firmara tres temporadas atrás el filme de corte futurista Love, sospechosa similar al que ocupa (el acento dramático estaba mucho más presente en la anterior pero la sinopsis oficial, “tras perder contacto con la Tierra, un astronauta se encuentra perdido y sólo en una estación espacial internacional, el tiempo pasa y se ve forzado a sobrevivir, intentando mantener la cordura, pues su mundo se basa en una experiencia solitaria y claustrofóbica, al menos, hasta que hace un extraño descubrimiento en la nave”, reafirma la sentencia, siendo las opiniones vertidas sobre aquella y ésta curiosamente también parecidas, no superando la nota media atribuida por parte de espectadores comunes y críticos experimentados a una y otra el cinco en una escala del cero al diez), dirige y coescribe (junto a Carlyle Eubank y David Frigerio, siendo seis manos no complementarias sino conflictivas entre sí ateniendo al sencillo pero inconcluso guión) The signal; la cinta, que ciertamente aparenta haber contado con más presupuesto del dispuesto (algo menos de cuatro millones de dólares, insuficiente alegato para defenderla a ultranza pero qué duda cabe que el preciosismo tecnológico), danza con el ocultamiento de parte de la trama para estimular el interés sobre qué les está sucediendo a los protagonistas avanzando, como si de un cuento de hadas se tratase, dejando pequeñas pistas (en este caso es la ausencia de ellas la que dibuja el camino) que guían al espectador a través de la consecución de escenas manidas, adjetivo que pudiera citarse positivamente de tratarse de una historia escrita miles de veces pero contada de forma original pero no es el caso.

Con un rodaje mejicano (concretamente en las zonas Albuquerque, Los Lunas y Taos) compresor de más de un año sumamente exigente (a pesar de abarcar una temporalidad tan amplia la mayoría de situaciones fueron grabadas en intervalos de dos días para aprovechar al máximo los recursos naturales pensando en la apariencia que tendrían en el montaje posterior en aras de que fuera lo más respetuoso posible en cuanto a compartición de particularidades se refiere), la excelsa fotografía de David Lanzenberg consigue hipnotizar hasta que uno se percata de que el frívolo brillo está tratando de compensar la coherencia narrativa, escasa sino nula, conformándose un rompecabezas pulcramente ejecutado (los efectos especiales son deleitosos e ingeniosos pero se antojan mal seleccionados al congregarse en el último cuarto) cuyo apartado musical de Nima Fakhrara (algunos temas son poco menos que una variante sonora de las composiciones de la franquicia fílmica Resident evil) es el mejor ejemplo de la pobre inventiva de la que hace gala la obra; los exiguos noventa minutos de duración se tornan un visionado ameno pero vacío, pues los pensamientos podrían haberse comprimido hasta reducir la extensión a un cortometraje convencional sin que los tres actos se dividieran tan bruscamente, siendo diferentes hasta el punto de no apreciarse un trabajo abstracto sino sencillamente improvisado, luciendo notablemente hasta que todo se vuelve ridículo y sinsentido, dejando la boca abierta pero no por asombro sino por incredulidad, y es que resulta intrigante hasta que uno se percata de que la trama no avanza sino que entra en un bucle de ocultismo sin responder apenas a las innumerables (varias existenciales) cuestiones planteadas.


Tres inseparables amigos, Jonah (Beau Knapp, cuya encarnación del típico cerebrito sabelotodo lo hace aborrecible), Nic (Brenton Thwaites, el cual afronta acepta con más torpeza ficticia que actoral la enorme responsabilidad de que gran parte del peso del filme recaiga sobre él) y Haley (Olivia Cooke, reconocida a raíz de su labor en la inquietante serie televisiva Bates motel que demuestra estar dotada del poder de convicción a pesar del apenas fugaz y secundario papel que asume), éstos dos últimos compañeros sentimentales, acostumbrados a realizar todo tipo de actividades juntos (correr por la montaña, viajar en coche, visitar parques acuáticos...) e intercambiar los raciocinios de su intelecto considerablemente superior a la media (no española sino internacional, pues de referirse al nivel patrio no sería cuantiosa sino insultante la diferencia) comienzan a interactuar, mediante correos electrónicos y chats en vivo, con un desconocido; las conversaciones que mantienen con el enigmático cibernauta de pseudónimo Nomad les hace sospechar que es un experto en introducirse en los ordenadores ajenos para manipularlos a su antojo (incluso es capaz de controlar las cámaras de seguridad vial), concluyendo el encuentro casual (o tal vez no tanto) por la red en un exhaustivo rastreo de su señal (he aquí la razón del título) por la ambición de saber más y, a la postre, con un determinante episodio físico en medio del desierto (tal vez convenga especificar que se encuentran en un largo trayecto desde la costa este hacia tierras californianas) en el que sus respectivas existencias cambiarán irremediablemente para siempre.


La ominosa reunión con el citado contacto provoca que los alumnos de envidiable expediente académico (el tipo de personas que entienden como graciosos comentarios del estilo “Android se ha hecho cargo de las conexiones eléctricas”) permanezcan sin conocimiento un tiempo indeterminado hasta que despiertan en unas instalaciones secretas gobernadas por el doctor Wallace Damon (Laurence Fishburn, seleccionado para convertirse instantáneamente en uno de los atractivos fundamentales al vinculársele con su imponente interpretación en la saga Matrix que, algo desdibujado al encarnar a un individuo apático hasta la médula, suma a su trayectoria otra irrelevante aparición en la gran pantalla), quien les expone la naturaleza de lo ocurrido, así como un breve por qué de su confinamiento en tan custodiado lugar (según la información limitada proporcionada han estado en contacto con un EBE, cuya traducción española sería Entidad Biológica Extraterrestre, y que la posibilidad de contaminación alienígena es muy real); sus esfuerzos se centrarán a partir de entonces en descubrir la manera de escapar de la base científica en la que permanecen como sujetos objeto de estudio trazando una delgada línea entre lo tangible y lo inconcebible, haciéndolo mediante la observación global (relojes de pared, conductos de ventilación, códigos de secuencias...), pues la automatización y escrupulosa rutina que siguen los trabajadores invitan a ello (no es conveniente añadir nada más a fin de no desvelar el poco encanto percibido y adelantar estelas de la resolución, asombrosa e indebida).


Alguien apodado “WEF” publicó una reseña en cierta página en la que planteaba la duda de qué es la señal más allá de sus efectos, llegando a la conclusión de que no es más que un artificial reclamo para aquellos a quienes temáticas específicas (en el particular que ocupa la de la ciencia ficción) les resulta imposible de eludir y conceder una oportunidad y, ante tan elocuente exposición de ideas, no cabe más que rendirse ante la evidencia de que, en efecto, así es, traduciéndose The signal en una venta de humo sin precedentes, un metraje poco logrado disfrazado de pieza de culto en el que se alternan decorados (veinte minutos en exteriores, treinta y dos en el claustrofóbico centro de análisis microbiológicos y media hora más de nuevo en espacios abiertos) y virtudes (la breve aparición de Lin Shaye, uno de los rostros más representativos de las dos entregas de Insidious, como la religiosa recogedora de autoestopistas Mirabelle suma enteros) pero cuya imprevisibilidad conlleva detalles tan suprimibles como la especie de homenaje al más puro estilo Usain Bolt que se rinde a Forrest Gump y, algo más relevante desde una vertiente argumental, las prótesis que dotan a quienes las portan de extraordinarios poderes; cabría rememorar la importante lección literaria que versa sobre la necesidad de que una buena historia de misterio deba ser como las capas de una cebolla, pero de falsedad, capaces de convencer al espectador hasta que llega al núcleo de verdad tras hacerle dudar sobre la conveniente interpretación de lo expuesto, pero cuando las incoherencias abundan y el ensamblaje general es pecaminoso (la película se percibe insoportablemente pausada en un inicio e igualmente desmerecedora de congratulaciones en el resto, desesperando harmónicamente sobremanera al abusar de la cámara lenta en infinidad de compases sin tan siquiera justificarse dicho recurso, por mero lucimiento) la sabia sentencia no es aplicable y lo que resta es aconsejar que nadie se deje engañar ni engatusar por un material promocional hábilmente manipulado para generarse ilusiones.



Daniel Espinosa




 
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