Título original: Wer
Año: 2013
Nacionalidad: EEUU
Duración: 84 min.
Género: Suspense, Terror
Director: William Brent
Guión: Matthew Peterman y William Brent
Reparto: Andrea Cook, Brian Scott, Simon Quarterman, Vik Sahay, Sebastian Roché, Daniel Popa, Stephanie Lemelin, Brian Johnson, Oaklee Pendergast, Camelia Maxim, Alexandra Nedelcu y Alin Olteanu
Sinopsis
Un presunto asesino se convierte, en plena custodia, en un hombre lobo...
Crítica
Sin la pretensión de marcar un antes y un después en la historia del séptimo arte, William Brent se aventura a plasmar su particular visión de los hombres lobo (más la convivencia que los orígenes de los mismos) sumándose a la larga lista de películas rodadas subjetivamente cuyos los montajes puede que las doten de cierto realismo pero qué duda cabe que lo que en ellas se desarrolla se escapa a toda lógica, aprovechando el enorme interés que tan velluda figura despierta en propios y extraños mediante una buena dosis de suspense, mucha sangre y gran sentido, siendo los peores apartados el interpretativo y el argumental porque, aunque en este tipo de producciones no se busquen futuros nominados a los Oscar ni grandes monólogos es exigible, como en todo producto que se precie, una mínima corrección en ambos aspectos, la cual se da parcialmente (concretamente en la feminidad del reparto y el trasfondo social subyacente); que el lema del cartel oficial verse “del productor de Insidious y Paranormal activity” puede no resultar alentador pero sí preventivo, pues si ninguna de las dos ha agradado tampoco lo hará ésta, situándose más en la línea de la segunda por aquello de narrarse la acción cámara en mano pero sin duda directamente relacionable con la última obra del director, Devil inside (el tercer título que ha filmado en su carrera hasta la fecha fue la bochornosa Stay alive), de la cual parece haber reciclado alguna que otra secuencia (la de los ensayos hospitalarios es la más obvia) y derivado la temática demoníaca en mitológica, siendo por ende más atractiva la presente y, si no se espera demasiado de ella, traduciéndose a la postre en una muy grata sorpresa.
Es conveniente citar un metraje para la ocasión, Only lovers left alive, pues en él se explicaba de un modo tan objetivo como equilibrado la existencia de vampiros sin parafernalia de criaturas de la noche ni detestables rellenos, eran seres que vivían apartados de la gente, que muy raras veces cazaban y que, al ser eternos, poseían unos conocimientos artísticos fuera de lo común, pues bien, en Wer se dibuja un panorama prácticamente idéntico con la salvedad de que la intríngulis central gira en torno a la criatura habitante en los bosques más espantosa y peligrosa por excelencia, acaparadora de cientos de cintas, libros, pinturas y, cómo no, cuentos pendientes de dilucidar su autenticidad; aunque se presente como un falso documental lo cierto es que el metraje se asemeja más a un programa de telerealidad en el que alguien se sitúa en medio de todo cuanto acontece para captarlo de cerca en lugar de haber un equipo de filmación detrás, no desquiciando en absoluto dicho recurso (lo cual sucede con frecuencia) sino atrapando sin remedio, algo que no logra el cambio de localización habitual, Lyon, que es meramente anecdótico al no acompañarse dicho permuta con nuevo contenido (incluso algunos de los actores poseen un inmejorable acento francés cuando su tierra natal teóricamente es la inglesa, imperdonables descuidos que desentonan entre tanto cuidado cinéfilo), algo que sí aporta Brett Detar con su desequilibrante y alternativa selección musical.
La noche cae y el lado más primitivo de un extraño individuo aflora, cerniéndose su locura sobre los Porter, quienes disfrutaban de una velada familiar bajo la luna de la luna hasta que su perro olfatea algo en la entrada del bosque y, al partir en su búsqueda, los incautos integrantes del clan son brutalmente asesinados, convirtiéndose así en el sabroso manjar del citado desconocido (al menos hasta la fecha, pues después se hablará cuantiosamente de él, mayormente a través de especulaciones); los noticiaros no tardan en informar (o más hacer llegar aquello que desean omitiendo el resto de detalles) a los ciudadanos, despertando entre ellos tanto conmoción como desasosiego, emociones que no hacen sino extenderse e incrementarse entre la población hasta que las autoridades detienen al principal sospechoso del atroz crimen múltiple, momento en el cual la defensa del sistema jurídico de expatriados Kate (Andrea Cook, gran peso de la trama recae en ella y lo cierto es que lidia maravillosamente con el mismo), el analista de comportamientos Eric (Vik Sahay, el color de su piel podría hacer pensar que pertenece a la etnia gitana tanto como su mediocre encarnación hacer lo propio con su falta de profesionalidad) y el doctorado en medicina forense Gavin (Simon Quarterman, saturado al principio pero primoroso al final) inician el proceso para que el cumplimiento de sus respectivos cometidos fructifique como oficialmente se les demanda.
Pruebas testimoniales a parte, las evidencias de la culpabilidad del señalado como responsable de los hechos se hacen patentes cuando se le somete a una serie de exámenes bacteriológicos con el objetivo de refutar o descartar una teoría médica (previa reunión entre representante e incriminado en la que la liberación del bozal, del corsé y de las esposas que porta el acusado no comporta consecuencias conflictivas pero, curiosamente, concluye con una electrificada reducción), evaluación que deriva en una sanguinaria de escapada de Talan (Brian Scott, majestuoso en cada movimiento que efectúa y palabra que profiere), nombre al que responde el inculcado en cuestión; el caso de homicidio servirá para poner en entredicho la no interferencia de la política gubernamental en el campo de la justicia (los intereses de apropiación territorial indebida serán la excusa perfecta para ello), amén de conocer cuán catastróficos pueden llegar a ser los traumas infantiles de un niño cuya rara enfermedad, la porfiria (los síntomas incluyen crecimiento excesivo del vello facial y corporal, dificultad de movimiento muscular y constantes calambres, entre muchos otros), condena de por vida desde el nacimiento mismo, aportando la investigación datos científicamente demostrados tan asombrosos como que para aplastar un cráneo se necesitan cientos ochenta y dos quilogramos de presión (los mordiscos humanos sólo ejercen una de noventa) y que la influencia del denominado efecto lunar puede suponer la adquisición de una fuerza desmesurada...
La excelente fotografía (a pesar de muchos impedimentos para destellar, la mayoría circunscritos en la cuanto menos singular determinación de la ubicación de los planos), a cargo de Alejandro Martínez, permite regocijarse con unos efectos especiales de infarto (algo parecido a lo que ocurrió con la humilde e independiente Afflicted, que maravilló a los asistentes al Sitges Film Festival 2013 y al resto de espectadores en las proyecciones acontecidas en otros certámenes especializados) que, sin embargo, da la sensación de que hubieran lucido mucho mejor de haberse optado por otra clase de grabación, al igual que sucede con las espléndidas coreografías, brutales y dinámicas como pocas (las de la evaluación del quirófano y las del asalto al ático nada tienen que envidiar a cualquier superproducción americana), no influyendo en los momentos de terror al cumplir éstos con las expectativas con creces (los sobresaltos que se recogen son previsibles pero aún así resultan efectivos); Wer es un visionado obligatorio para quienes pretendan degustar fatales arañazos, mortales derrames cerebrales, estremecedoras impresiones corneales, catastróficas inducciones, pirotécnicas redadas, acribillamientos balísticos, apoteósicas transformaciones, elásticas mandíbulas, explosivas aeronaves y demencias similares, manteniendo un alto rendimiento de principio a fin y, aunque la algo deficiente dirección (la crítica del guión debe depositarse tanto en el propio William Brent como en Matthew Peterman, pues son quienes lo han coescrito) y la insuficiente explotación del personaje principal (tildarlo de protagonista o antagonista dependerá de cada cual) resten muchos enteros a la propuesta, el descomunal despliegue técnico da como fruto un notable espectáculo audiovisual que aproxima al público, una vez más, a la leyenda del licántropo al que conclusivamente denominan, como si de un asesino en serie real se tratase, “la bestia de Strasbourg”, ahí es nada.