Lust of the dead 3 27-04-2024 05:33 (UTC)
   
 

Lust of the dead 3: La lujuria de los muertos vivientes
(Naoyuki Tomomatsu, 2013)







Ficha técnica


Título original:
Reipu zonbi 3
Año:
2013
Nacionalidad:
Japón
Duración:
65 min.
Género:
Fantástico, Terror
Director:
Naoyuki Tomomatsu
Guión:
Naoyuki Tomomatsu y Yuko Momochi
Reparto:
Azawa Alice, Aikawa Yui, Kobayashi Saya, Nakazawa Takeshi, Miyamura Ren, Tomita Jun, Satomi Yoko, Aoyama Maki, Kichise Rina, Koda Riri, Matsui Riko, Sakura Moe, Onizuka Ami y Wakabayashi Miko


Sinopsis


Un extraño virus provoca que los no muertos se conviertan en violadores y las v
íctimas de éstos, tras mantener relaciones sexuales, en zombies...


Crítica


Erotibot
e Iguana woman son títulos que muy posiblemente pocas personas de ojos no rasgados conozcan, pero sin duda resultan de lo más propicio para consignar la metodología argumental y visual de Naoyuki Tomomatsu, un japonés amante de las rarezas (en el sentido más difuso que uno pueda conjeturar) y los desnudos (entiéndase por ello la mostración gratuita de senos perfectamente simétricos, tanto naturales como operados, e inconcebibles miembros viriles de gigantesco tamaño para evidenciar su falsedad) que, en apenas dos años, ha firmado las tres entregas de la que hasta el momento significa su obra más popular; la trilogía, que apenas ofrece algo reseñable en su conexo conjunto, merece ser visionada mayormente por la locura que congrega, una demencia fílmica de épicas dimensiones propia de la serie z más precaria que dibuja sonrisas por doquier merced a las surrealistas situaciones que proponen sus capítulos y, es más, si Lust of the dead: La locura de los muertos vivientes y Lust of the dead 2: El éxtasis de los muertos vivientes no merecían otro calificativo que el de mediocres, Lust of the dead 3: La lujuria de los muertos vivientes (las traducciones son las oficiales para su pequeña distribución en formato doméstico en el territorio patrio) se sitúa (levente) por encima de ellas, suponiendo una conclusión deficiente e irrisoriamente curiosa.

Además del autor, se mantiene en ésta el mismo tono cínico, tan desinhibido como demostrador del atraso que el país nipón alberga en estos lares con cierto regocijo conservador (refugiarse en aquel dicho de que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer se antoja algo mezquino pero puede que más elocuente que otras defensas verbales cuyo razonamiento se resume en propósitos de controladoras convicciones), que en sus predecesoras se observaba, una combinación de dudoso talento (nulo en cuanto a equipo actoral) y desfasado sinsentido (el más sorprendente el detalle de optar por un vocabulario explícito prohibido que obliga a escuchar cada pocos segundos un molesto pitido censurador) que entretiene parcialmente y avergüenza ajena y enormemente en gran medida a lo largo de su corta duración; de este modo, los poco más de sesenta minutos sirven únicamente para poder referirse al trabajo como largometraje, dejando en entredicho la sosegada premeditación que se presupone meticulosamente elaborada en este tipo de obras, un hecho tan frecuente en las últimas temporadas en decenas (puede que centenares, pues la mayoría gozan de un recorrido tan efímero que saber de ellas es una quimera) de cintas de semejante índole compartiendo insensateces varias que incluso exigir unos mínimos (algo que una década atrás sería normal y en la actualidad se cataloga err
áticamente de inoportuna exigencia) está de más.

Las dos Coreas han declarado la guerra a Japón y la primera ministra ha iniciado un experimento para que los hombres dejen de disfrutar de señales vitales (nada tiene que ver el hecho militar con el feminista pero la vinculación entre ambos parece ser estrecha para los responsables), pero en lugar de terminar con sus vidas siguen moviéndose sin explicación lógica alguna, es más, comienzan a resultar mucho más peligrosos que antes, pues se convierten en insaciables violadores (el abanico comprende desde estudiantes hasta ejecutivos como una intrépida reportera se encarga de evidenciar) a raíz del veneno que contienen sus testosteronas y sus víctimas (una vez han eyaculado dentro suyo) también se transforman en no muertos mediante la transmisión de dicha toxina, siendo la única opción salvadora el cercenamiento de los testículos de sus profanadores (al parecer situar una diana en dichas partes facilita el proceso...) y, en último término, la detonación de una bomba nuclear en el centro del país; con el mundo sumido en un indescriptible caos y la profecía de que una mujer dará a luz a un nuevo ser mitocondrio (llegada que, según los defensores de tal vaticinio, marcará el devenir de la evolución humana) para acabar con toda aberración existente, los pocos supervivientes mantienen una lucha diaria contra aquellas criaturas que han sido capaces de eludir tan gigantesca explosión (en contra de lo que la ciencia afirma, no se trata de los que mejor se adaptan al medio sino de los más fuertes), una batalla asumida como rutinaria que desembocará en una descomunal bacanal de tórrida lujuria y desenfreno (gran parte del poco coste de la producción se habrá invertido en esta masacre, desarrollándose la misma  a ritmo de la pieza más célebre de Franz Schubert, “Ave Mar
ía”) cuya salida descubrir la esencia del amor y poder reeducar así a la población mundial, repleta de viudas en la actualidad, pues de lo contrario la placentera y necesaria procreación no volverá a acontecer, extinguiéndose así la raza humana.

Lust of the dead 3: La lujuria de los muertos vivientes
es el mejor ejemplo de convicción propia y tozuda perseverancia, de cómo con escasos medios pero mucha imaginación (la solvencia a la hora de plasmarla en la pantalla es otra cuestión muy discutible) puede llamarse la atención de alguna compañía independiente y, a partir de ahí, alargar la idea primigenia hasta realizarse no una ni dos sino tres (inclusive una cuarta es posible a juzgar por el final abierto para desespero de la mayoría y alegría de una poco exigente minoría) producciones al respecto, supuestamente englobadas en el género de terror (nada más lejos de la realidad, ya que amén del telón de fondo narrativo se trata más de una sucesión de erotismos preadolescentes); así, aprovechando el furor que entre los menos conocedores del séptimo arte abunda de disfrutar de una premisa tan singular como ésta, Naoyuki Tomomatsu ha visto aumentada su filmografía y más su fama, y es que el cumplimiento de las esperanzas de presenciar ríos de sangre y sexualidad salvaje se ha visto recompensado con el fiel seguimiento de muchos incondicionales, quienes han alzado su figura hasta convertirla en una de las más aclamadas del panorama actual (siempre limitando el éxito a su tierra natal, por supuesto), resolviéndose el viaje mediante un inteligente desenlace (para nada deducible con anterioridad) en el que la homosexualidad (exagerada al límite) cobra una relevancia suprema.

Ahora bien, los elogios recogidos en el anterior párrafo son aplicables únicamente, como bien se aclaraba en el último penúltimo paréntesis del mismo, a la región nipona, abandonando el área en cuestión la acción debe ser considerada burda y la razón de que haya visto la luz tal propuesta puramente comercial, presentando un trabajo ridículo como pocos en la primera parte, tornando los problemas conyugales de un matrimonio de doctores en absurdos discursos existenciales en la segunda y olvidando toda formalidad en respuesta a una demanda vacía de cualquier amparo en la tercera (la vulgaridad de los respectivos desenlaces no es preciso tan siquiera mencionarlos, pero sí es menester conceder cierto logro a la hora de asombrar al espectador); qué duda cabe, los productores han sabido gestionar el recurso del relleno inútil triunfantemente (entre tanta banalidad también se encuentran historias bíblicas como la recogida en el segundo capítulo del Nuevo Testamento de la masacre infantil del Proyecto Herodes, según San Mateo durante la revelación de los Reyes Magos gracias a la estrella de Navidad conocieron que el Mesías había nacido en Belén y el rey de los judíos descubrió que su mando peligraba, por lo que hizo que mataran a miles de niños en aras de tratar de salvaguardar su dominio), cubriendo una cuarta parte con recordatorios de lo acontecido previamente y haciendo que la protagonista se dedique a las más variadas ocupaciones (en ésta el cante, amén de participar en varias escenas de lesbianismo), absurdo desparpajo (por no sentenciar insulto) que no se digiere fácilmente, siendo más complicado si cabe asimilar cómo puede funcionar tan bien.



Daniel Espinosa




 
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