Palmares (Sitges Film Festival 2012) 09-05-2024 15:35 (UTC)
   
 

Chained
(Jennifer Lynch, 2012)


Chained




Ficha técnica


Título original: 
Chained
Año:
 2012
Nacionalidad:
 EEUU
Duración:
 94 min.
Género:
 Drama, Suspense
Director:
 Jennifer Lynch
Guión:
 Jennifer Lynch y Damian O'Donnell
Reparto:
 Vincent D’Onofrio, Eamon Farren, Evan Bird, Julia Ormond, Conor Leslie, Jake Weber, Gina Philips, Lyndon Bray y Kate Herriot


Sinopsis


Un peligroso secuestrador acecha las calles de un pequeño barrio de clase media en el que reside Tim, un niño de nueve años cuya vida cambia radicalmente cuando una tarde él y su madre son secuestrados por Bob; años más tarde, su vida se ha convertido en una auténtica pesadilla de la que solamente podrá escapar tomando una decisión.



Crítica


No sabiendo (o tal vez no pudiendo) divergir el realismo de la crudeza inclemente, Jennifer Lynchsigue insistiendo en el género de terror para evocar en el mismo su particular visión enfermiza del Síndrome de Estocolmo, el cual queda desdibujado entre opresivos ambientes y deslices dramáticos de tanta irrelevancia como adecuación en una falsa moralidad (compaginar la defensiva delictiva con la agilidad mental, la primera claramente presente en prácticamente la totalidad de los actos que se muestran en pantalla y la segunda encontrando su mejor ejemplificación en el tan macabro como imaginativo juego de memoria consistente en recordar los datos que aparecen en los numerosos documentos de identidad que el habitual secuestrador tiene confiscados); la directora, distanciándose del genuino sentir cinéfilo de su reputado padre (David Lynch), ha asumido la herencia familiar que ineludiblemente conlleva dicho apellido como un sello distintivo venido del exterior, mientras de sus convulsos interiores narrativos florecen cadencias de similar inquietud y mayor desolación, un pecaminoso posicionamiento que hasta la fecha ha mantenido con rigor (y desasosiego) sin mediación alguna asumiendo una precaria evolución narrativa en sus filmes que de buen seguro podría pulirse hasta terminar convirtiéndose en sofisticada prosa cinematográfica a juzgar por las exquisitas premisas de las que parte posteriormente desperdiciadas.


Un peligroso secuestrador conocido como Bob (Vincent D’Onofrio, quien halla y gana en su metódica interpretación enteros para convertirse en un actor de mediano reconocimiento) acecha las calles de un pequeño barrio de clase media en el que reside Tim (un servicial y cumplidor Evan Bird en edades tempranas y un algo menos convincente Eamon Farren en adultas, impoluto), un niño de ocho años cuya vida sufre un cambio radical cuando una tarde él y su madre se convierten en objetivos del peligroso conductor de taxi (la palabra “comodidad” dibujada en el flanco izquierdo de la parte trasera del mismo es una carta de presentación en toda regla) que, aprovechándose de la difundida idea de que es más seguro desplazarse en transporte privado (si así se puede considerar tal vehículo) que en público (como sería el autobús o el metro), rapta a su antojo a sus presas (curiosamente compagina su cruel afición con los servicios puramente serios, lo cual dota al personaje de más credibilidad si cabe); a partir de ese preciso momento la vida del joven de apenas nueve años (renombrado Conejo por parte de su adiestrador, pues éste sería el mejor término para definir la relación que mantienen ambos) se convertirá en una auténtica pesadilla presenciando el brutales asesinatos en la casa del temible piloto convirtiéndose así en su protegido, una especie de discípulo cuyo único cometido es el de servirle en todo lo que le ordene, pues de lo contrario recibirá una paliza (de hecho es la solución a cuanto considere en contra de sus intereses), incentivándolo de 
detestables formas diversas no siendo una opción la sublevación.

Contrayendo la responsabilidad que supone la decisión que tomó de pequeño de aceptar (sin alternativas posibles) llevar a cabo toda orden emitida por su raptor en aras de no hallar la muerte, se convertirá en cómplice habitual del cruel criminal, al que respeta y teme por igual hasta que alcanza la adolescencia, momento en el cual se cruzará con Marie (Gina Philips, insuficientemente compareciente pero eficaz), la última víctima de Bob que propiciará la valoración de otro modo del sentido de la tortura al pasar de ser mero observador a ejecutor; será entonces cuando comience a barajar la opción de traicionar a su mentor y salvar a recién llegada, pero las delatadoras grabaciones que registran todo cuanto hace (y por ende también lo que deja de hacer) darán como resultado una venganza que para aquellos que sostienen que se sirve fría se podría de hacer que se presenta congelada, destapando en último término una traición familiar relacionada con el negocio de los especialistas en hacer desaparecer a quien se desee a cambio de una determinada suma dineraria que, ya sea dicho de paso, no se antoja oportuna a tenor se lo presentado durante los veintiocho minutos anteriores (tan inesperada resolución abarca apenas siete, por lo que amén de improcedente se puede considerar precipitada, pues echa por tierra gran parte de la suma locuacidad alcanzada hasta el momento).


Chained 
(cuya traducción sería “encadenado”, certero título desde la vertiente artística pero no desde la significativa al limitarse a representar un objeto de escaso poder persuasivo), inspirada en el libreto ajeno escrito por Damian O’Donnell (un importante ejecutivo del mundo del deporte cuya gran afición es la de escribir guiones), se basa en uno de los cientos de casos de mártires secuestrados durante años que nutren las parrillas sensacionalistas cada cierto tiempo, plasmándose la controvertida historia de forma eficaz aunque tosca y tradicional (tampoco se atisba intención alguna de disimularlo), y es que no hay hábito morboso en la incómoda trama que se presenta si bien la ferocidad de la adultez, la devastación de la infancia y la imposibilidad de reconciliación entre ambas puede disuadir a más de un espíritu vulnerable e impactar a otros tantos ineptos, desconocedores de propuestas de semejante temática pero indiscutiblemente mayor calidad; calculador, deleznable, estricto, frío, impredecible, meticuloso, obsceno, perverso, reprimido, repulsivo, sádico y severo son solamente una docena de tantos adjetivos que se aplican a la encarnación de un pletórico Vincent D’Onofrio que, a pesar de ello, consigue conectar con el espectador (en especial por el pasado que padeció, desvelado mediante contundentes sueños que reproducen recuerdos) al fundamentar su actitud en una adaptación social enfocada a aprender cosas que de veras sean provechosas (la ignorancia no forma parte de su estilo de vida) porque, según afirma el mismo, sin educación uno no puede ser más que un lastre, y es precisamente por ello que está empeñado en no perder la esperanza de brindar la libertad (ligada a nuevos propósitos como el valerse de sus conocimientos de anatomía adquiridos para ensañarse todavía más excusándose en que es preciso para transmitir conceptos) al chico aunque ello requiera maltratarlo física y psicológicamente llegando a manipular sus frágiles convicciones y desestructurados pensamientos.

El último proyecto dirigido por la actriz, guionista y directora (suponiendo éste su cuarto largometraje) se podría resumir en la célebre expresión que versa sobre hacer de una afición una pasión, ya que en el intenso thriller que presenta el fundamento conseguido hasta los últimos minutos de película se desmonta por un viraje insustancial que busca asombros sobrantes en algo que parecía haber hablado de asuntos más sutiles, lo cual se acerca sospechosamente a una broma falaz tras haber presenciado cómo un psicópata cargado de traumas sexuales adopta al hijo de una de sus víctimas para entrenarlo como su particular esclavo y, más tarde, como primogénito de su linaje de perversiones; investigando como ser humano al protagonista (y a la vez antagonista) del metraje, sin perdonarlo ni excusarlo, el interés predominante de la función (las secuelas psicológicas que el secuestro acarrea en el pequeño aprendiz) permanece escondido hasta ese delirante desenlace de la trama y, aunque su conquista ambiental es brillante, las tensiones y la crudeza sobreexpuestas quedaban mejor fabricadas en su anterior trabajo (la explícita y cruenta Surveillance), evidente precedente del mundo oscuro del que el disciplinado heredero de fechorías nunca podrá salir (los créditos finales esconden una sorpresa destacable al respecto que nadie debería perderse), denotando cierta inexperiencia a pesar de la dilatada carrera tras las cámaras que Jennifer Lynch evidentemente posee.



Daniel Espinosa








Holy motors
(Léos Carax, 2012)


Holy Motors




Ficha técnica


Título original:
Holy motors
Año:
2012
Nacionalidad:
Francia
Duración:
110 min.
Género:
Drama, Fantástico
Director:
Léos Carax
Guión:
Léos Carax
Reparto:
Denis Lavant, Edith Scob, Eva Mendes, Elise Lhomeau, Kylie Minogue, Michel Piccoli, Jeanne Disson, Léos Carax, Jean François Balmer, François Rimbau, Corinne Yam, Julien Prévost, Ahcène Nini, Matthew Gledhill, Hanako Danjo, Pierre Marcoux y Bastien Bernini


Sinopsis


Veinticuatro horas en la vida de un ser con múltiples caras en las que adopta una identidad completamente distinta en cada una de ellas; encarna personajes como si se tratase de una película dentro de una película pero, ¿dónde están las cámaras y el equipo de grabación?



Crítica


El polémico filme del cineasta francés Léos Carax (director, guionista e incluso actor de reparto con una pequeña y breve contribución secundaria), Holy motors, aterriza en tierras españolas tras su presentación en el Festival de Cannes 2012 (donde fue abucheada por la inmensa mayoría de los asistentes) y su respectiva posterior proyección en el Sitges Film Festival 2012 (certamen en el que logró una acogida mucho más celebrada y de hecho terminó por alzarse con el Premio a la Mejor Película) para brindar al público la posibilidad de juzgar por sí mismo la calidad de su nueva obra, pues ésta resulta tan extraña, absurda y difícil de entender en su conjunto que de ningún otro modo puede comprobarse si la misma es del personal agrado o no del individuo (la subjetividad cobra especial importancia en esta ocasión), siendo no obstante indiscutible la apasionante reinvención del concepto de cine que supone; tildada (justificadamente) de rara u horrible por algunos expertos y de sublime u obra maestra por otros, lo cierto es que la fascinación que genera el único actor realmente acaparador de la cinta, Denis Lavan (amén de las fugaces apariciones de la actriz Eva Mendes y de la popular cantante australiana Kilie Minogue, así como de la siempre presente Edith Scob) es apoteósica, interpretando a varios personajes (los mismos por los que transita durante una jornada laboral en París el hombre al que da vida, justificándose dichos cambios por el trabajo de éste, consistente en transformarse en todos y no ser ninguno de ellos para un propósito profesional que en ningún momento se explica) magistralmente, irreprochabilidad que se aplica también a la calidad audiovisual de la que hace gala el metraje, al que la constante y retorcida variación conceptual y la inconexión situacional hacen que apenas se pueda simpatizar con el mismo, pues las metamorfosis que padece son tan frecuentes como repentinas, originando personalidades totalmente diferentes sin guardar relación alguna (cuanto menos aparentemente).


El realizador de Los amantes del Pont Neuf narra una historia posiblemente cercana al estilo arte y ensayo, más propio de cintas como Bailando en la oscuridad de Lars Von Trier que de cualquier producción comercial de las que se proyectan habitualmente en una pantalla de cine, convirtiéndose instantáneamente en un coto vedado para todos aquellos que vayan en busca de algo distinto, algo inusual, siendo por lo tanto prohibitiva para el resto, pues para ésta inmensa mayoría de espectadores la desilusión y frustración tras su visionado serán mayúsculas (a pesar de ser considerara un trabajo verdaderamente destacable si se examina con la atención que exige y se sabe valorar la extremada importancia innovadora que cobra); considerada desde sus orígenes como una película de culto, el nuevo trabajo del eterno infante terrible del cine francés es una joya poliédrica de invalorable valor, cuyo misterio queda arraigado en el interior e inoculado en la retina con el objeto de tratar de encontrar una explicación medianamente aceptable a la misma (dificultosa e innecesaria tarea, pues no puede albergarse raciocinio alguno tras semejante conflicto de ideas, válidas pero vacías de motivación deductiva si no se engloban en un mismo objetivo, en cualquier caso extremadamente complejo).


El señor Oscar (Denis Lavant, impresionante y virtuoso abanico interpretativo el que demuestra ser capaz de interpretar, aun con altibajos considerables suscitados por la versatilidad que el reto evolutivo que le es encomendado requiere) es un adinerado y peculiar trabajador que cada jornada realiza numerosos viajes en limusina, llevando a cabo las paradas que dictaminen los expedientes emitidos por su chófer, Céline (Edith Scob, antigua musa del director que se limita a mantener la frialdad que su personaje precisa); en ellos se recogen las distintas personalidades que deberá simular, situaciones totalmente distintas pero igualmente complejas que magnifican sus dotes teatrales en los diversos escenarios confeccionados, abarcando lugares parisinos de lo más variopinto en los que deberá interactuar con el resto de personas que transiten en el emplazamiento debiendo integrarse entre todas ellas.


Una anciana gitana pedigüeña de lamentable aspecto, un experto en artes marciales involucrado en un nuevo diseño futurista (la fotografía en estos compases es magnífica, con juegos de luces absorbentes), un asesino a sueldo cuyo último objeto se asemeja sospechosamente a sí mismo (extraña tesitura que desemboca en una delirante conclusión), un empresario resentido que irracionalmente busca venganza profesional, un padre modélico cuya dureza verbal es más que discutible, un engendro satánico ansioso de ser amado (la pequeña intervención de Eva Mendes acontece en ésta caracterización, magnífica aunque inexpresiva), un integrante familiar perteneciente a un clan tan curioso como primitivo (en el sentido más amplio del término), un hombre de avanzada edad que agoniza en su lecho de muerte (Elise Lhomeau encarna tiernamente a la nieta de éste, haciéndole compañía en su último estertor) y un amante fortuitamente pasional que lucha por consumar el dictamen de sus sentimientos (enamorado del personaje atribuido a Kylie Minogue, la cual encandila con su cante y enamora con su simplicidad gestual) son las nueve personalidades que se plasman a lo largo de la historia, a las que cabe sumar otras tres que se concretan en víctimas de otras tantas, por lo que la laboriosidad de ellas escasea pero aumenta todavía más el arduo trabajo a realizar por el amante del arte (en todas sus vertientes, acda una de ellas enuina) de nombre Oscar.


Con una deducicble (aunque extremadamente rebuscada) finalidad oculta tras un curioso juego de máscaras, el director hace mutar permanentemente tanto la personalidad del protagonista como la orientación de la historia, la cual trata de forma no explícita de identidades líquidas, de absurdidad existencial, de personas sufridoras y hundidas por el amor dejando múltiples secuencias para la posteridad (la locura que el ansioso monstruo desata en un cementerio, cuyas lápidas anuncian las páginas cibernéticas de los difuntos, puede que sea la más significativa); dentro de la gran obra que metafóricamente supone la vida (elaborada teatralmente teniendo lugar incluso entreactos a lo largo de las extensas aunque disfrutables dos horas de filme) se recogen las incoherencias más habituales del ser humano contemporáneo de excelente forma, tales como el apresurado ritmo de vida y la clarividente sensación de soledad permanente, inmejorables retratos que se ven entorpecidos por prescindibles escenas futuristas y rarezas visuales, elementos introducidos probablemente para dotar de un misticismo mayor a la cinta y que sin embargo dificultan su catalogación de excelencia todavía más de lo que lo hace el asombroso y difícilmente adaptativo transcurso de la misma, una completa revolución de difícil digestión conjunta pero inmaculadas ideas e impecable fotografía.



Daniel Espinosa








Sightseers
(Ben Wheatley, 2012)


Sightseers




Ficha técnica


Título original:
Sightseers
Año:
2012
Nacionalidad:
Gran Bretaña
Duración:
89 min.
Género:
Comedia, Suspense
Director:
Ben Wheatley
Guión:
Alice Lowe, Amy Jump y Steve Oram   
Reparto:
Alice Lowe, Steve Oram, Sara Stewart, Tony Way, Lucy Russell, Jonathan Aris, Richard Lumsden, Monica Dolan, Dominic Applewhite, Seamus O’Neill, Gareth Tunley, Eileen Davies y Aymen Hamdouchi


Sinopsis


Chris quiere mostrar a su introvertida amante Tina su mundo y quiere hacerlo a su manera, en un viaje por las islas británicas en su amada caravana Abbey Oxford; el viaje de Chris y Tina
se traducirá, más que en unas simples vacaciones, en una odisea erótica y una locura asesina .


Crítica


Conceder una segunda oportunidad siempre es menester, sabia admisión que vinculada a Ben Wheatley cobra especial sentido para todo aquel que le resultó indiferente (o incluso infame) su ópera prima Down Terrace y se consideró insultado con la laureada Kill list, pues Sightseers se posiciona en un lugar tan lejano a éstas (tanto en género como en discurso narrativo) que tales antecedentes deben permanecer enterrados en el olvido para la posteridad; pudiendo presumir de haber recibido sendas ovaciones en el Festival de Cannes 2012 y el Sitges Film Festival 2012, la candidata a convertirse en la comedia más oscura de la presente temporada se podría englobar dentro del más puro cine británico, afirmación que encuentra su explicación en que la proximidad que mantiene respecto a la crítica social es evidente, en que el humor del que hace gala es absolutamente inglés y en que la personalidad del protagonista masculino se sitúa muy próxima a la del elogiado Rowan Atkinson, actor británico que ha encarnado tanto en la pequeña como en la gran pantalla al fabuloso y singularmente fascinante Mr.Bean.


Tina (Alice Lowe, pletórica salvo en los momentos de máxima tensión, en los que sobreactúa de manera tediosa) convive con su entrometida y enferma madre (Shirley MacLaine, inconmensurable y protagonista de una de las frases más sutiles y relevantes de la historia, “el misterio es el santuario de la mujer”) de forma monótona, habitualidad que cobra especial discordancia en el recuerdo mutuo del querido y difunto perro que años atrás contribuía a mantener la felicidad en el hogar (en un breve inciso a modo de recordatorio atemporal de lo sucedido el espectador comprobará que la acusación que la madre vierte sobre la hija acerca de su responsabilidad de dicha muerte está fundamentada racionalmente); buscando cierta tranquilidad y desasosiego, Tina decide emprender un viaje a modo de vacaciones ideadas como una odisea erótica con su nuevo compañero sentimental Chris (Steve Oram, mordaz y, definitivamente, sublime), tratando de desconectar por completo y consolidar sus sentimientos (ambos firman, además de la encarnación de los personajes principales, el inigualable guión junto a
Amy Jump).

Alejada de la viciada relación maternofilial y demostrando su enamoramiento, Tina se muestra cómplice del extraño comportamiento de Chris que, lejos de mostrarse dubitativo, decide ejercer de justiciero improvisado y defender la integridad natural de todo aquel que ose perpetrarla negativamente con sus actos (algo contradictorio, pues posteriormente es él quien no decide respetar dicha naturaleza posicionándose contrario a cambiar de pensamiento) tratando de alcanzar su sueño de ser temido y respetado; de este modo, la caravana que les sirve de vehículo transportador se convertirá también en su refugio más íntimo, en el que consumarán su amor en numerosas ocasiones y barajarán diversas alternativas punitivas (además de las que vayan adoptando instintivamente a lo largo de su aventura) en aras de alcanzar sus respectivas plenitudes pasionales y libertades individuales, algo distantes pero perfectamente compaginables, atribuyéndose ambos méritos que no les corresponden y logros conseguidos por terceros (concretamente, las cuantiosas víctimas ejecutadas atrozmente) mientras visitan museos de la más diversa índole histórica simbolizando éstos una placidez que poco o nada alberga la pareja supuestamente por innumerables indeseables, cuyo único propósito existencial se limita a causar desperfectos sin raciocinio asumible ni conciencia alguna.


Ofreciendo un buen número de secuencias que permanecerán en la memoria del buen apreciador durante mucho tiempo (tal vez la más impactante sea el desenlace, elegante, nada previsible e inolvidable) y un sinfín de alternativas ideológicas (la teoría del asesinato ecológico basada en el hecho de que matar a alguien supone impedir que éste vuelva a conducir y por ende evitar las contaminantes emisiones de dióxido de carbono que su vehículo produciría resulta original a la par que delirante), así como un guión trascendentemente lineal en el que no escasean las sorpresas, el filme se convierte en todo un referente humorístico merced a su elegante guión y su minimalista puesta escena que, sin precisar de grandes derroches económicos (en cualquier otra producción muchas escenas hubieran sido presentadas de manera más contundente pero también más costosa), alcanza un nivel extraordinario.


La propuesta va dirigida al más amplio abanico de consumidores, siendo especialmente aconsejable para los considerados subjetivamente antisociales y, sobretodo, para aquellos ávidos de permanecer con una sonrisa dibujada durante hora y media mientras la sangre inunda cada resquicio de la pantalla (no por cuantiosa si no por numerosa); en cualquier caso, Sightseers es una de esas pocas producciones que se antoja imperdible para todo aquel que pueda disfrutar de su visionado, pues no le defraudará y comenzará a analizar la problemática ecológica desde una vertiente más intensa y respetuosa (el absurdo aunque contundente mensaje contextual de la cinta se encargará de ello).



Daniel Espinosa

 
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