Título original: The girl with all the gifts
Año: 2016
Nacionalidad: Reino Unido
Duración: 102 min.
Género: Ciencia ficción, Terror
Director: Colm Carthy
Guión: Mike Carey
Reparto: Sennia Nanua, Paddy Considine, Gemma Arterton, Glenn Close, Anamaria Marinca, Dominique Tipper, Anthony Welsh, Fisayo Akinade, Yusuf Bassir, Daniel Eghan, Elise Reedroms y Richard Price
Sinopsis
En un futuro distópico la humanidad se ha visto asolada por un tipo de virus que amenaza a la población con provocar el apocalipsis total...
Valoración
Lo mejor: la primera media hora que, perturbando y fascinando, ofrece una potencia visual fuera de lo común al combinarse ambos verbos de excelente modo, tratándose la temática zombie (aquí las amenazas andantes reciben el nombre de “hambrientos”) como en el punto álgido del mejor capítulo de The walking dead (sentenciar cuál sería muy osado al ser muy subjetiva la elección); el alarmista, desolador y brillante (no es una contradicción unir en una misma frase estos tres adjetivos aunque sí un atrevimiento el método elegido por el debutante director, eficaz hasta que la pequeña, después de años de reclusión en la celda 04, descubre cómo es el mundo exterior con entusiasmo e incredulidad a partir de necesarias pero aburridas fases de exploración) panorama dibujado, cuidado con sumo detalle para surtir el deseado efecto; la crueldad con la que Glenn Close vuelve a ejercer de villana de lujo como ya lo hiciera en detrimento de ciento un dálmatas en la popular cinta infantil, asumiendo una vez más ese rol que despierta tanto odio en el espectador a causa de su frialdad (en esta ocasión como obcecada científica obsesionada con la investigación de una segunda generación para hallar una vacuna), lo cual no hace sino magnificar su labor actoral al dotar a su personaje de esa repulsión.
Lo peor: la razón por la que los coléricos se activan (principalmente tras husmear olores corporales no cubiertos con geles bloqueadores pero también después de escuchar un sonido lo suficientemente fuerte, pareciendo oír y omitir lo que les interesa), como suele ocurrir, permanece en el metafísico e infranqueable limbo de las hipótesis menos consistentes (cierta escena en la que un grupo transita tranquilamente entre cientos de ellos, que permanecen totalmente inmóviles, es toda una provocación al intelecto del más confiado); el uso de la caja como metáfora, ya sea desde una vertiente mitológica (con la caja de Pandora y la esperanza albergada en su interior) o analógica (con la paradoja del gato de Schrödinger y la posibilidad confluyente de que un ser esté vivo y muerto al mismo tiempo), es tan recurrente que diezma cualquier intento de perfección argumental; la resignación e integridad con la que la superdotada protagonista, antaño un neonato proveniente de una excéntrica mutación que comió para salir del vientre de su progenitora, asume las estrictas reglas militares de protección a la que es sometida junto a otros de su misma condición (a quienes textualmente se les considera “malditos abortos”) se ajusta tan poco al raciocinio que abandera como la introducción de una teoría basada en la simbiosis evolutiva a partir de una etapa de madurez sexual del hongo causante de la infección transmisible tanto a través de fluidos corporales como de esporas (este hecho se antoja tan extraño de resumir como fiel a lo narrado) y la banda de pequeños sanguinarios que rinde culto a ¿Quién puede matar a un niño? (sin el encanto de los infantes de aquella en esta), detalles muy prescindibles.