Musarañas 19-03-2024 07:47 (UTC)
   
 

Musarañas
(Esteban Roel y Juan Andrés, 2014)


Musarañas




Ficha técnica


Título original:
Musarañas
Año:
2014
Nacionalidad:
España
Duración:
91 min.
Género:
Drama, Suspense
Director:
Esteban Roel y Juan Andrés
Guión:
Juan Andrés y Sofía Cuenca
Reparto:
Macarena Gómez, Luis Tosar, Hugo Silva, Nadia Santiago, Carolina Bang, Gracia Olayo, Silvia Alonso, Tomás Estal y Josean Pérez


Sinopsis


Obligada a ser padre, madre y hermana mayor, una mujer se esconde de la vida entre cuatro paredes, alimentando un temperamento obsesivo...



Crítica


Tras triunfar con su trabajo de corta duración 036 (en el portal YouTube superó los dos millones de visitas) la dupla formada por Esteban Roel y Juan Andrés (este último firmando también guión junto a Sofía Cuenca) se atreven a iniciarse en el largometraje con Musarañas, un thriller psicológico ambientado en la España de los años cincuenta producido por Pokeepsie Films, la compañía propiedad de Álex de la Iglesia (su aportación personal no se limita a esta faceta de aportación dineraria sino que se extiende a la breve aportación de su ahora ya esposa, Carolina Bang, una secundaria de lujo cuya relevancia no se exprime en demasía pero sin duda ensalza el fastuoso trabajo del equipo actoral), que no deja en absoluto indiferente; la bella fotografía que Ángel Amoros logra captar la atención del espectador sin invitarle a desconectar asiduamente para pensar en sus propias cosas (no hay nada más habitual que dicho ejercicio mental cuando el aburrimiento se apodera de uno), es más, el ritmo resulta tan adecuado que debiera servir de modelo para otras obras que pecan de añadir componentes a la intríngulis sin que, posteriormente, se desarrollen buena, convincente y lógicamente.


Cual ermitaño que no abandona el nunca el espacio que considera propio por el temor de desprotegerlo, Montse (Macarena Gómez) vive instaurada en su apreciado, malsano y opresivo hogar desde que era una niña con el deber de cuidar a su hermana pequeña (Nadia Santiago), pues la madre falleció en el parto de la segunda y el padre (Luís Tosar) las abandonó (al menos presumiblemente) al no soportar dicha muerte, una lacra pasada y presente que la impide dar un solo paso fuera de la casa (las imposiciones y el estrés no la permiten hacerlo, habiéndola originado una horrible e irreversible agorafobia galopante que se manifiesta asiduamente en forma de violentos conductas); encerradas en el siniestro piso del centro madrileño desde que tienen conciencia, la depresiva mujer se esconde permanentemente entre cuatro paredes (el símil entre la patología que padece y el animal que sentido al título, pluralizado por no limitarse la aplicación del término a ella, no puede ser más conveniente al caracterizarse el mismo por ser un roedor que permanece aislado, al acecho, esperando el momento propicio para marcar su territorio), hallando diariamente en la oración un gran amparo.


Alimentando sin percatarse de ello (ella no entiende lo que le sucede y, es más, siente una angustia enorme de hacerlo) un temperamento obsesivo y desequilibrado, su laborío como costurera la hace desconectar, al menos momentáneamente, del sufrimiento que alberga, facilitándola cierto contacto con una realidad a la que sólo pertenece (muy a su pesar) la familiar (sin desvelar nada del argumento conviene globalizar el parentesco que las une) a la que sigue viendo como una niña aunque acaba de cumplir la mayoría de edad; una día, la cadena que tanto ha respetado basada en la desconfianza no tanto en la humanidad en general como en el sexo masculino en particular (las experiencias traumáticas suelen provocar poderosas secuelas) se rompe, y es que Carlos (Hugo Silva), un vecino seductor e irresponsable, tiene la desgracia de caerse por las escaleras, buscando auxilio en la única puerta a la que ha sido capaz de arrastrarse (en efecto, precisamente la suya), haciéndola enfermar de amor, lo cual puede suponerse un sentimiento poético y romántico pero trae consigo en este particular un enfermizo sentido posesivo que no entiende de piedad porque, es así, el hasta ahora desconocido ha entrado en la madriguera de las musarañas, un laberinto de secretos en el que la
salvación no dependerá de Dios...

A pesar de apreciarse graves descuidos (que un importante rociamiento de sangre se limpie por arte de magia tan pulcramente que parece no haber sucedido absolutamente nada y, además, se encargue de ello una sola persona en cuestión de minutos no se concibe como posible), el método expositivo para dibujar el abuso y maltrato de menores es tan sutil (tal vez sea suprimible cierta escena en la que se incide en ello sin necesidad alguna) pero profundo que bien merece la pena visionarse, delicado pero a la vez contundente, sin embargo, existen muchas otras razones para aconsejar conceder una oportunidad a Musarañas, tales como las compenetradas e irreprochables actuaciones de los intérpretes (una mención aparte merece Macarena Gómez, exquisitamente exagerada y, por ende, sencillamente soberbia), la nada desvirtuada imagen que se da de la religión (tiñéndose de mero fanatismo retórico) y los efectos de maquillaje (José Quetglas se luce de veras, sin muchos alardes t
écnicos ni complicadas prótesis pero cumpliendo plenamente).

Habiendo laureado gran parte del trabajo artístico y técnico, se antoja evidente que catalogar a Esteban Roel y Juan Andrés como dos realizadores emergentes (de hecho noveles en el largometraje) no sería descabellado, ya que el tono tragicómico que infunden a la trama y el gusto por lo grotesco en un escenario situado temporalmente en la dictadura franquista (aunque esto se mencione fugazmente a modo de excusa exculpatoria es menester aclararlo), detalle que sirve de ideal telón de fondo para representar los fantasmas que en pleno siglo veintiuno siguen planeando sobre buena parte de la sociedad española; nunca está de más recordar que aceptar la infravaloración y la vulnerabilidad  como pilares esenciales de una educación es inconcebible ni que una buena atención médica frente a lesiones de considerable gravedad es fundamental, mas cuando se hace con frases tan memorables como “Dios proveerá” (la misma cobra un significado humorísticamente contundente cuando se pronuncia en un instante próximo al desenlace) para demostrar que el auténtico terror puede hallarse en cotidianeidades comúnmente aceptadas pero no por ello menos denunciables resta agradecer, aplaudir y volver a retribuir tan notoria intención, totalmente lograda (
en otro orden) comercialmente.


Daniel Espinosa



 
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