Título original: Death note Año: 2017 Nacionalidad: EEUU Duración: 93 min. Género: Acción, Terror Director: Adam Wingard Guión: Charley Parlapanides, Jeremy Slater y Vlas Parlapanides Reparto: Nat Wolff, Keith Stanfield, Margaret Qualley, Shea Whigham, Jason Liles, Willem Dafoe, Paul Nakauchi, Jack Ettlinger y Artin John
Sinopsis
Un joven encuentra un cuaderno capaz de matar a todo el que quiera...
Valoración
Lo mejor: el esterilizado e impactante aspecto de Rayak (el dios oscuro al que apasionan las manzanas encarnado corpóreamente por Jason Liles y gesticularmente por Willem Dafoe, resultando de la labor de ambos una proeza digital eternamente loable) y su sarcástico e hipócrita comportamiento (las frases que el personaje profiere, desde la primera “empezamos” para incitar hasta la última “qué interesantes sois los humanos” para meditar, son superlativas), sin duda el principal reclamo de esta enésima adaptación de la obra homónima de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, fenómeno de masas donde los haya (novelas, series y películas así lo avalan) que esta vez ve la luz con actores reales bajo el sello de la popular plataforma Netflix; el libro de cálculo forrado de cuero negro de origen desconocido es sumamente atrayente (ya lo era en sus comienzos en las viñetas, por supuesto), desde la inscripción de la portada (“cuaderno de la muerte”) hasta las reglas del interior (con importantes privilegios como recogen la uno “la persona cuyo nombre quede escrito en este cuaderno morirá” y la sesenta y cuatro “todas las páginas tienen poder” pero también relevantes limitaciones como reflejan la dos “el cuaderno no tendrá efecto a menos que quien escriba tenga en mente la cara de la persona al escribir su nombre” y la veinte “solo se puede influir sobre un sujeto dos días antes de su muerte”), tratándose de un juego muy peligroso en el que los intereses objetivos y subjetivos entran irremediablemente en conflicto; la decisión del director de no abusar del ordenador (a excepción de la larga secuencia de la noria) para materializar un guión repleto de impases de tensión (los efectos especiales de los infortunios al más puro estilo Destino final son brutales, con decapitaciones, atropellos, electrocuciones, precipitaciones, asfixias y caídas) y oraciones lapidarias (“a veces hay que elegir el mal menor” y “tú has volado hacia el sol y yo me aseguraré de que ardas en él”) para mantener en vilo al espectador desde el minuto uno al noventa y tres.
Lo peor: la extravagante investigación (con canto para la somnolencia incluido) es tan peculiar que sobrepasa cualquier nivel de comprensión existente, rindiéndose tributo a la revolucionaria Matrix en la opresiva atmósfera y a la mítica Donnie darko en la profunda moralidad (con más riesgo estético si cabe que en ellas), sendos metrajes de culto imprescindibles por motivos bien distintos (la una por las novedades audiovisuales y la otra por las inquietudes existenciales que ofrecieron en sus respectivos momentos), a la hora de retar a un autodenominado mesías (firmando bajo el pseudónimo de Kira) aseverando que es un asesino que solo piensa en su autocomplacencia sin ser digno del miedo que despierta en la ciudadanía por los más de cuatrocientos crímenes de discutible social que le son atribuidos, si bien siempre reside una excusa criminal para cada uno de ellos; el cúmulo de pequeños pero mayúsculos errores narrativos (que un exhaustivo seguimiento policial se haga sin escuchas telefónicas es el más alarmante) suponen, a la postre, un buen número de desaciertos que, unidos a cierto repentino e infundado amorío (el beso bajo la lluvia tiene delito y el interés femenino es demasiado obvio como para sentir lástima en lugar de compasión hacia el engatusado), se convertirán en el centro de la diana de las críticas de los detractores de la propuesta; el presupuesto económico se ha invertido equitativamente a lo largo de la cinta pero el intelectual solo en el tercio inicial, pues para evidenciar que “el karma es la leche” el erudito académico con afán de impartir justicia para cambiar el mundo (es decir, el protagonista) consuma su ambicioso propósito con explícita violencia y escasa justificación (la venganza es muy tentadora y la sed de sangre insaciable cuando se puede especificar quién y cómo se desea que pague por sus actos con total impunidad), dejando volar su imaginación tanto como lo hace el autor para la ocasión, que también destaca en estos lares (hasta la fecha sus incursiones se habían englobado en terroríficas antologías).