Under the skin 24-04-2024 20:41 (UTC)
   
 

Under the skin
(Jonathan Glazer, 2014)


Under the skin




Ficha técnica


Título original:
Under the skin
Año:
2014
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
103 min.
Género:
Ciencia ficción, Drama
Director:
Jonathan Glazer
Guión:
Jonathan Glazer y Walter Campbell
Reparto:
Scarlett Johansson, Jeremy Williams, Lunsey Taylor, Dougie Connell, Kevin Alinden, Andrew Gorman, Joe Szula, Krystof Hadek, Roy Amstrong, Alison Chand, Ben Mills, Lee Fanning, Paul Brannigan, Marius Bincu, Scott Dymond, Stephen Horn, Adam Pearson y May Mewes


Sinopsis


Unos alienígenas aterrizan en la Tierra para llevar a cabo una misión específica; para ello cuentan con la infiltración de un experimentado mentor y una deseable infiltrada, quienes consiguen carne humana...



Crítica


Por una vez, a sabiendas de que siempre debería ser así y no suele serlo por aquello de introducir al lector en la intríngulis de la película para que conozca de antemano las características que la han hecho posible, cabe señalar directamente que Under the skin es perversamente virulenta, un relato absurdo sinsentido hecho únicamente para el lucimiento del director con el burdo designio de que los críticos sostengan sin defensas sustanciales que es muy perspicaz (algunos de los alegatos se centrarán en la abundancia de eternas tomas en las que no pasa nada y se solucionan con alguna situación incomprensible, lo cual parece bastante evidente que no será más que un monumental error), con nulo contenido argumental y sin tensión dramática, un producto de considerable pretenciosidad que no transmite apenas nada y, lo que es peor aún, no deja lugar para la reflexión del espectador; a pesar de lo señalado, hay que reconocer que Jonathan Glazer se aleja de la convencionalidad narrativa y plasma una historia de la que es imposible deducir su devenir a través de imágenes y efectos digitales bastante atractivos (si bien la puesta en escena de la mayoría de licencias, elegante y controvertida repleta de espacios oscuros y representaciones abstractas, recuerda enorme y sospechosamente a la de la gran triunfadora del Sitges Film Festival 2012, Holy motors de Léos Carax, con la diferencia de que en aquella maravillaba intensamente y en la presente aburre soberanamente), y una atmósfera sugestiva y misteriosa, pero la narración plantea más preguntas de las que responde y, conforme avanza, se hace cada vez más plana hasta que llega el desenlace, siendo entonces cuando se echa en falta el ímpetu inicial y la consumación de todo lo que prometía en su interesante apertura, demostrando que a veces la máxima del menos es más no satisface, y aquí es así por darse una clase de demagogia no identificada hasta el momento, la silenciosa.


Confeccionada como un drama psicológico envuelto en el disfraz de un thriller de ciencia ficción con inquietantes sugerencias cuasi aterradoras y un erotismo visual tan impactante como trivial, el metraje contiene en su desarrollo una metáfora de la infructuosa evolución de algún animal salvaje devenido en mascota atravesando la etapa de la cría inexperta que aprende observando (y practicando, pues lo que se escucha al principio es un ensayo de letras, luego onomatopeyas y posteriormente palabras), acechando presas hasta volverse lo suficientemente fuerte y hábil como para poder cazarlas, luego aplacando sus instintos y reformándose bajo las pautas de un amo amable, conmoviéndola hasta humanizarla (la culminación se da con un tórrido encuentro con deducible ruptura de himen incluida) para, últimamente, terminar sometiéndola a una viciosa paradoja, siendo el asombro y la paulatina incorporación de hábitos, gestos y sentimientos característicos del hombre por parte de una alienígena que inicialmente los adopta impulsada por una necesidad de orden superior aunque su empatía postrera, acaso impelida por una capacidad diferencial de captar la belleza interior prescindiendo de apariencias y de filtros sociales, parece mucho más genuina, como si en fuese el resultado de una conversión reveladora que la dulcifica hasta el fin; ésta síntesis será la que extraigan los iluminados que vean un duelo moral de imaginarios, de idiosincrasias y de límites donde solamente hay un fiel pero típico retrato de la sociedad (por todos conocido y por ello innecesario) que deriva en redicha banalidad, confrontándose la solidaridad de unos con la crueldad de otros y, en el epicentro de la acción (ningún término podría resultar menos oportuno de ser empleado), un egocentrismo (o narcisismo, llámese como se desee) tan reconocible como intrascendental desplegado mediante un sistema de castigos y recompensas que esconde la moralina de que todo cambio radical, toda concesión que se haga hacia lo desconocido, conllevará altos e inimaginables riesgos, lo cual es tan discutible como inoportuno, al igual que la precipitada e inconexa conclusión, decepcionante como pocos.


La raza alienígena (concretar cuál de entre las teóricamente miles existentes no es posible al no brindarse apenas referencias, por lo que se debe entender que se trata de una generalización de todas), siempre generadora de incertidumbres varias, ha aterrizado en el planeta Tierra para llevar a cabo una misión específica, abducir a los autoestopistas (pese a que la sinopsis oficial así reza no es del todo cierto, pues las víctimas son todas aquellas que no tengan familiares ni gente allegada, tal vez por mera rutina o puede que por consideración, siendo en cualquier caso la razón específica de que se decanten por ellos, sin respetar edades ni minusvalías, la soledad que suelen sufrir y las nulas repercusiones de su ausencia en caso de desaparecer de la faz) y transportarlos a su mundo, donde el hombre es considerado un manjar divino de exquisitez suprema (a falta de poder destacar otros aspectos buena es la corporeidad en sí misma); para ello cuentan con la colaboración de un experimentado mentor (Jeremy Williams, su forzada presencia cada cierto espacio temporal no se logra concebir) y una infiltrada, una atractiva (el adjetivo es cuestionable al ser la atracción que cualquier persona posee completamente subjetiva tanto para ella misma como para el resto) mujer (Scarlett Johansson, la sensualidad y belleza que rezuma, a pesar del estrepitoso peinado que exhibe y de haber rodado el proyecto cuando apenas había iniciado su etapa prenatal como bien insinúa el tamaño de sus senos amén de las declaraciones al respecto que profirió en una entrevista a la hora de presentar la cinta, se adecúan a un papel con mucho atractivo pero carente profundidad, un personaje inexpresivo y callado que la mantiene en un registro de interpretación con constantes limitaciones basado, por lo general, en no hacer nada, en permanecer a la espera con miradas gélidas y en intentar comportarse como lo haría un humano cuando tiene que hablar o sonreír) que sirve de cebo a los incautos que la presten la atenci
ón demandada.

Como ocurre con las grandes rarezas fílmicas, a aquellos que les guste la cinta les entusiasmará y considerarán que es poderosa a nivel visual (qué duda cabe que la labor del director de fotografía, Daniel Landin, es deslumbrante) y sonoro (es apoteósico el espacio propio que crea el responsable de la elección de temas, Mica Levi) al articularse un relato que, gracias a la focalización externa (la elección de localizaciones llevada a cabo por Eugene Strange es honorable), logra solventar la falta de recursos para sugerir sin mostrar mediante imágenes a veces poéticas y otras mundanas, pero el gran problema reside precisamente aquí, en que tal apreciación la compartirán solamente unos pocos (ellos seguramente sostendrán que por falta de capacidad del resto), siendo el parecer global el de haber presenciado una tragedia elíptica innecesariamente prolongada que despierta intriga pero sólo brinda repetición y tedio, porque alabar algo exclusivamente porque ciertos sectores insistan en que debe ser así no puede concebirse como legítimo; el material podría haber dado como resultado un extraordinario sueño febril, casi mágico, convertidor de vieja prosa en majestuosa poesía plasmando las consecuencias del deseo carnal no controlado (es decir, el más común, algo inevitable al no ser más, en esencia, que piel y huesos), pero no, las escenas culminantes desafían tanto las nociones preconcebidas sobre la identidad humana (determinados detalles demostrados por la inequívoca ciencia quedan en entredicho) como la imposibilidad de que todos los seres del universo sean extraterrestres disfrazados (de ser así nadie estaría a salvo de un mortal juicio), una vista pictórica nada coherente con la intelectual reconvertida en experimento presuntamente visionario que no termina siendo más que una sucesión de encuentros marcianos disfrazada de impagable enseñanza filosófica ideal para emprender el viaje del sueño más profundo jamás concebido.


Algunos, considerados por ellos mismos eruditos, han llegado a comparar el presente filme con 2001: Una odisea en el espacio únicamente porque guarda ciertas similitudes con el psicodélico tercer acto de la obra de Stanley Kubrick, pero sólo insinuar eso se antoja un insulso atrevimiento y una falta total de respeto a la memoria de la difunta figura del genio direccional, quedando circunscritas las adjetivaciones que merece este largometraje en el terreno de la coprofagia y elevando la insustancialidad hasta insoportables cotas merced a un deficiente guión (obra de Walter Campbell junto con el propio realizador, dejando tanto que desear que mencionar la novela de Michael Faber en la que teóricamente se basa se antoja poco menos que un insulto al ser puramente libre su conversión a la gran pantalla) y unos diálogos tan innecesarios como el principal reclamo de Under the skin, el desnudo (el primero se hace esperar apenas siete minutos y vuelve a suceder en el cincuenta y nueve y el setenta y siete, quedando el explícitamente integral reservado a los sufridores participantes masculinos) de su actriz protagonista para atraer con toda seguridad a las masas del celuloide; ante tan tajante a la par que refutada conclusión resta añadir que Jonathan Glazer se reafirma como un expositor de las falsas apariencias (sus dos anteriores incursiones, Reencarnación y Sexy beast, también recurrían a la idea de la ilusoria exteriorización inofensiva de un interior nada bondadoso) y, al mismo tiempo, como un autor cuyas ocurrencias parecen irse reciclando a medida que nuevas producciones ven la luz bajo su sello, y es que Under the skin apenas se aleja ya no de otras tantas cintas similares sino de las suyas propias más allá de pequeños contrastes de eficacia, pero ensalzar la belleza de los paisajes escoceses no tiene mérito, recrearse con lo nimio es absurdo y aprovecharse de la fragilidad de un niño denota un mal gusto injustificable (cuando se visione se sabrá perfectamente a qué se debe ésta añadidura), por lo que si antaño podía cuestionarse la grandeza o presuntuosidad de la asunción de riesgos del responsable en el s
éptimo arte ahora no cabe la menor duda, la segunda opción es la correcta.


Daniel Espinosa




 
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