Starve 28-03-2024 12:08 (UTC)
   
 

Starve
(Griff Furst, 2014)







Ficha técnica


Título original:
Starve
Año:
2014
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
100 min.
Género:
Drama, Suspense
Director:
Griff Furst
Guión:
Xander Wolf
Reparto:
Bobby Campo, Mariah Bonner, Dave Davis, Bobby King, Cooper Huckabee, Thomas Francis, Casey Dillard y Jessica Wilkinsom


Sinopsis


Mientras documentan una leyenda urbana, un grupo de amigos queda atrapado en un instituto abandonado; allí, se encontrarán con una amenaza más peligrosa que el misterio que se encontraban investigando.



Crítica


Que una película se titule hambre (la traducción de la nomenclatura original, Starve, no es otra que esa) se perfila un hecho tan curioso como revelador del contenido que albergará y, no dejando lugar para posibles dudas, el director se esfuerza en poner de manifiesto tempranamente (de hecho desde antes del lanzamiento mismo, con la difusión del material promocional) que el cóctel de asesinatos, canibalismo y tortura que se espera encontrar con semejantes propuestas se recoge con total explicitud; cuidando hasta el más mínimo detalle la poco original y puede que hasta repetitiva pero sin duda absorbente e impactante historia y recuperando la ambientación propia de los clásicos del género de los años setenta (el color amarillento luce espléndido y reminiscentemente), lo que el espectador se encuentra es una potente trama repleta de suspense en la que las privaciones humanas resaltan la locura que pudiera despertar la imperiosa necesidad de sobrevivir incluso en detrimento de seres queridos, dotando al dicho “matar de hambre” de otro
enriquecedor significado, citándose a Jarod Kintz (“quiero acabar con el hambre en el mundo proporcionándole a la mitad de las personas que mueren de hambre la comida de la otra”) como símbolo justiciero.

Se antoja meritorio que alguien sea capaz de firmar en apenas un intervalo de tres años rarezas televisivas como Swamp shark, Arachnoquake y Ghost shark y singularidades cinematográficas como Ragin cajun redneck gators, pero más aún el hecho que sepa convertir una predilección anfibia (a juzgar por la citada filmografía podría concretarse más y referirse a los tiburones en particular) en disfrutables aventuras de ficción de escasa relevancia pero enorme distracción que nunca serán laureadas por evidentes motivos; poco apreciadas debido a la calidad visual de la que hacen gala (insalvable carencia que en la presente ocasión se ha solucionado gracias a un equipo técnico palpablemente entregado, empezando por el propio realizador al situarse detrás de las cámaras e invertir como productor), todas las obras de Griff Furst comparten un elemento común, la oscuridad argumental, un componente que se ha acentuado en el filme que ocupa hasta límites insospechados percibiéndose como un secundario de lujo, pues de hecho no consta ninguno formalmente (el cuarteto actoral goza de un protagonismo equitativamente igualitario) y la confesa inspiración en clásicos como La matanza de Texas (la familia desfiguradamente disfuncional se expande a toda una localidad), Saw (el sometimiento a pruebas para optar a la libertad es la insignia de la franquicia) y El club de la lucha (los duelos en los que sólo uno puede vencer son singulares).


Mientras documentan fotográficamente una de tantas leyendas urbanas a las que están acostumbrados a dar difusión (concretamente una que versa sobre la existencia de niños salvajes según una recientemente publicada novela gráfica, recogiendo esencialmente de qué es capaz el ser humano cuando está famélico) en tierras floridenses para saciar su afán temporalmente profesional con el objetivo de ganar una buena suma dineraria e irse a Miami, Jiminy (Dave Davis, la larga ausencia en pantalla de su personaje no le beneficia), Beck (Bobby Campo, participante en cintas tan dispares como Unas rubias muy legales y Destino final 4 que sigue en su línea de cometida corrección interpretativa) y Candice (Mariah Bonner, la cual sigue anclada en el independentismo más inclasificable como ya hiciera en Mask maker sin despuntar), éstos dos últimos pareja formal (al menos supuestamente, pues en una única ocasión se besan apasionadamente limitándose el resto de tiempo a intercambiarse paternales caricias), emprenden un allanamiento de morada descuidando las llaves en el coche que les servía de medio de transporte, aprovechándose de ello alguien del que han sido advertidos por los entrevistados previamente (hacer caso omiso a se salga del territorio antes de que uno se convierta en parte de la historia que está investigando a veces conlleva terribles consecuencias); así, el un sádico y solitario psicópata (de hecho dos) hace uso de la pistola eléctrica de alto voltaje y el difusor de gas lacrimógeno que porta para atacarles y, una vez reducidos, encerrarles en un instituto abandonado debidamente reformado (entiéndase como tal la instalación de videocámaras para controlarlos y altavoces para comunicarse con ellos) en el que dará rienda suelta a su entretenimiento preferido, someter a sus presas a un cruel y feroz juego en el que el enfrentamiento con otros individuos en cautividad será uno de tantos ejemplos de la necesidad hecha tentación en la que se traduce la total privatización del alimento.


Con algún que otro vacío legal en cuanto a explicaciones clarificadoras se refiere, la película transita entre lo correcto y lo notable (según el compás a analizar podría catalogarse de un modo u otro, pero en ningún momento aburre o desencanta aun atisbándose cierto tedio), regalando al espectador situaciones difíciles de asumir desde una lógica puramente científica (la escena en la que se esquiva un lanzamiento de tijeras al estilo Matrix roza la comicidad en una cinta en la que no debiera tener cabida) que, no obstante, colman de pasional visceralidad, pudiendo haber sido mejor de contar con otro reparto, ya que cumple pero no enamora como pudiera y sin duda conviniera (a excepción de Cooper Huckable, por supuesto, mítico rostro del celuloide al que siempre es un placer atisbar aunque sea inapropiadamente como aquí sucede); con sus aciertos y sus errores, el metraje inmoviliza en el asiento al querer saber lo que ocurrirá siguientemente (Xander Wolf ha urdido un guión en el que la sospecha cobra tintes épicos infundiendo dramáticos pareceres), qué infortunios depara el caprichoso destino a un grupo de jóvenes cuya fatalidad parece seguirles allá donde van disfrazándose de curiosidad, un insaciable apetito informativo (sin poder trascender a divulgativo debido al rapto que sufren) al que responderá sin titubeos un antagonista que, como cualquiera que se precie, manejará a su merced los movimientos de sus recientes adquisiciones sufridoras, con locuras como actividades.


Como ya se ha podido deducir de lo adelantado anteriormente la cinta no desmerece en absoluto la concesión de un visionado, mas la fotografía de Mark Rutledge y la música de Andy Garfield enfatizan el derecho a que un realizador de nula repercusión ocupe un privilegiado puesto entre los más prometedores del actual panorama artístico (limitarse al terreno de los largometrajes sería un error, pues hay que catalogar un producto en su conjunto y es en la totalidad en la que éste destaca), al menos para aquellos apreciadores de un arte alternativo cuya intríngulis reside en la relevancia de los planos subjetivos sin precisar emplear fastidiosos aumentos lenticulares; Starve no es recomendable para estómagos sensibles ni mentes cerradas (una lástima para quienes no sepan desvincular la realidad de la ficción), valga indicarlo, y es que para deleitarse se requiere estimar detalles casi inapreciables, ocultos en un lienzo cuyo pincel obrador que transmite sin tan siquiera repercutir en el cuadro (por mencionar uno de tanto el nombre del pueblo en el que transcurre la acción, “Freedom Country”, ciudad de la libertad que anhelan los pobres mártires que caen en las garras del maníaco), pareciendo que el mismo ha quedado en blanco cuando toda la gama de colores se oculta en el
menos observable pero regocijante lado contrario.


Daniel Espinosa




 
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