Stage fright 20-04-2024 01:14 (UTC)
   
 

Stage fright
(Jerome Sable, 2014)







Ficha técnica


Título original:
Stage fright
Año:
2014
Nacionalidad:
Canadá
Duración:
85 min.
Género:
Drama, Terror
Director:
Jerome Sable
Guión:
Jerome Sable
Reparto:
Allie Donald, Meat Loaf, Douglas Smith, Minnie Driver, Brandon Uranowitz, Melanie Leishman, Thomas Alderson, Kent Nolan, Ephraim Ellis, Leanne Miller, James Gowan, Eli Batalion y Darren Summersby


Sinopsis


Un campamento se encuentra aterrorizado por un asesino enmascarado que odia los musicales y, en especial,
El fantasma de la ópera...


Crítica


Aquellos curiosos acostumbrados a documentarse previamente acerca de la película que se disponen a visionar encontrarán varias piezas homónimas (desde la clásica de Alfred Hitchock hasta la de animación de apenas doce minutos de duración de Steve Box, pasando por la de nacionalidad italiana de Michele Soavi), pero el presente trabajo no guarda relación alguna con ninguna de ellas sino con el fantástico cortometraje The legend of Beaver Dam, pues no es simplemente que los argumentos se asemejen tremendamente sino que ésta se trata de una extensión de aquella llevada a cabo por el mismo autor, Jerome Sable, quien está convencido de que los musicales de terror todavía pueden ofrecer grandes momentos; en el currículum profesional del responsable solamente constan las dos obras mencionadas (una tercera lo hará a lo largo de éste mismo año cuando se estrene The Abc’s of Death 2, secuela en la que compartirá cartel con referentes de la talla de Julien Maury, Alexandre Bustillo, Marcus Dunstan, Sion Sono y el representante patrio por excelencia, Álex de la Iglesia), pero es suficiente para apreciar la seriedad con la que convierte el escrito en imagen (es decir, cómo transforma el guión en la propia producción audiovisual), aun resintiéndose por el hecho de urdir una historia de considerable extensión (es evidente que atreverse con un largometraje cuando uno está acostumbrado a subsistencias considerablemente menores es tan atrevido como complicada su satisfactoria ejecución).


Cuando uno especula acerca de un musical un primer pensamiento aborda la mente, y éste son los grandes propulsores de dicho género en el cine como Grease, West side story y Sonrisas y lágrimas, películas todas ellas particulares en las que en plena trama los personajes rompen con su monótono diálogo y comienzan a cantar sus alegrías o sus penas y el resto les siguen en su no tan improvisada coreografía, adquiriendo todo por unos minutos un tono rosáceo que trata de infundir alegría, pero éste no es el caso de la presente cinta, pues en ella prima la poca convencionalidad y en nada se parece a los ejemplos citados, ubicándose la historia en un campamento repleto de adolescentes hormonados que se pasan el día entonando porque se consideran libres de un mundo que no entiende su apasionamiento teatral, entusiasmo que se extiende al reparto, compuesto en su inmensa mayoría por infantes lejanos a la mayoría de edad; sin embargo, el componente terrorífico les acecha sin cesar y, a través de un villano que actúa a ritmo a heavy metal, la pantalla se teñirá constantemente de rojo a medida que los buenos y sangrientos momentos protagonizados por el enfermizo verdugo se sucedan circunscritos en un inmenso aire ochentero que impregna cada secuencia de imborrables momentos pasados (incluso en el maquillaje se puede encontrar un símil inmediato con el empleado en la horrorosa Twixt, aunque aquí con un sentido mucho más justificadamente escénico), no correspondidos con un ritmo suficientemente embriagador.


Tras la advertencia de estar a punto de recrearse una historia basada en hechos reales con los nombres de las víctimas cambiados por respeto a las mismas y a sus familiares pero con los números ejecutados exactamente como ocurrieron (he aquí la primera nota de humor, por supuesto, pues nadie puede ser tan necio como para creérselo), el cruel asesinato de la madre de Camilla (Allie Donald, quien eclipsa por su bella y encandila por su extraordinaria voz) y Buddy (Douglas Smith, correcto sin más, lo cual no es virtuoso al cobrar una relevancia suprema a la postre) sirve de antesala para situar a los mellizos ya huérfanos diez años después de vuelta al lugar del crimen como cocineros diez años después, el campamento privado “Center Stage”, un campo de entrenamiento en el que se reúnen cada verano pintorescos y prematuros talentos para alejarse unos días del mundo de fantasía que se han fabricado para lidiar con las discriminaciones que padecen diariamente, y es que el emplazamiento les sirve para desarrollar sus voces artísticas sin ser juzgados por su incomprendida pasión; la joven desea que se la brinde la oportunidad de tener una audición para rendir tributo a su difunta progenitora y cumplir el sueño de emular su arrebatado éxito, pero Roger (Meat Loaf, muy certero en su irregular labor), el productor de Brodway en horas bajas que regenta el negocio y Artie (Brandon Uranowitz, despreciable como se le es exigido), el sobrevalorado actor que se encarga de dirigir la novedosa función que reinventará el clásico “El fantasma de la ópera” añadiéndole toques japoneses feudales, no están dispuestos a permitírselo... ni ellos ni un psicópata al que le enferma la felicidad ajena y siente la imperiosa necesidad de que la obra no se lleve a cabo, por lo cual aguarda en las entrañas del escenario a que, cuando le sea posible, sembrar la conmoción entre los asistentes bajo el sádico lema “cuchillo por ojo” y que éstos sucumban a las repercusiones de no cesar en su empeño de recibir una sonora ovaci
ón en reconocimiento...

Stage fright
sorprende con una curiosa y solvente mezcla que de tan singular que resulta (el infantilismo de trasfondo contrarresta con su acentuado sadismo subyacente) no acaba de seducir (los flirteos para ganarse el favoritismo que si fueran retribuidos debieran englobarse en el término prostitución y los tórridos amoríos no correspondidos son una constante que no convencen), produciendo ya a priori cierto recelo pero agradando medianamente al final, convirtiéndose por ello en un título entretenido y recomendable que asegura pasar un buen rato, pues contiene ciertos toques de humor pero también algún que otro sobresalto, con melodías y danzas cargadas de sentido y subtramas; se trata de un filme correcto, muy ameno y honesto que, sin destacar notablemente, se antojará corto aun a pesar de sus extensos números, en gran medida gracias a un reparto entre el cual destaca el nombre propio de la absoluta protagonista femenina de éste anómalo producto melodioso, cabiendo reseñar asimismo la pequeña aunque precisa aportación de Minnie Driver en su encarnación de madre de la anterior, inspiración de la misma durante todo el metraje, un hecho tan acertado como aparentemente asumido de manera innata a juzgar por su naturalidad.

El mayor laborío del filme reside en las canciones, cuyas letras contienen el mensaje propicio para cada situación y es que, no cabe olvidar en ningún momento, que se trata de un musical con tintes góticas que lo aproximan en última instancia al género de terror más descafeinado, siendo el aspecto más importante (y felizmente logrado) el primero, el de dotar de consistencia a unos temas cuyo ritmo permanece en sintonía con el de la historia (en este aspecto se agradece que no siga la tónica de Rock of ages de narrar siempre todo cuanto acontece mediante saetas); Jerome Sable tal vez no se haya labrado (todavía) un nombre en el actual panorama cinéfilo pero, de seguir ofreciendo productos tan originales y disfrutables, puliendo ciertas inconsistencias, no merecería menos que ser considerado un revolucionario de origen independiente con unos ideales claramente definidos gracias a los cuales sus trabajos cobran una relevancia suprema para aquellos artos de ver una y otra vez lo mismo, un brindador de alternativas (la calidad de las mismas es, además, más que notable) cuyo futuro está predestinado a convertirse en exitoso si obtiene los reconocimientos que le son correspondidos (por todos es sabido que en muchas ocasiones los galardones se entregan más por publicidad engañosa o provechosa que por méritos reales).



Daniel Espinosa




 
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