Housebound 19-03-2024 04:35 (UTC)
   
 

Housebound
(Gerard Johnstone, 2014)


Housebound




Ficha técnica


Título original:
Housebound
Año:
2014
Nacionalidad:
Nueva Zelanda
Duración:
109 min.
Género:
Comedia, Terror
Director:
Gerard Johnstone
Guión:
Gerard Johnstone
Reparto:
Morgana Reilly, Rima Te, Glen Waru, Cameron Rhodes, Millen Baird, Ross Harper, Bruce Hopkins, Ryan Lampp y Wallace Chapman


Sinopsis


Si uno descubriera que la casa donde vive está encantada, su primer impulso sería mudarse; pero ¿qué ocurriría si la ley no se lo permitiera?



Crítica


El creador de la sitcom (un tipo de serie televisiva cuyos episodios se desarrollan regularmente en los mismos lugares y con los mismos personajes soliéndose incluir risas grabadas o en vivo) “The Jaquie Brown diaries”, cuyo éxito en las Antípodas al parecer es abrumador, y poseedor de la productora Semi-Professional Pictures junto al actor Luke Sharp (célebre por su labor como Dylan McKay en la serie “Beverly Hills”), Gerard Johnstone, altera por completo la concepción de las casas encantadas en éste su debut, Housebound, cuya traducción sería “salir de casa” (la intención de la protagonista del filme, siendo lo plasmado precisamente lo contrario, la imposibilidad de hacerlo); la producción de origen neozelandés exprime al máximo el ajustado presupuesto (un millón y medio de dólares) dispuesto en intervalos pues, cual montaña rusa, inicia un ascenso que en el ecuador se derrumba para terminar por todo lo alto, siendo esos compases centrales tan aburridos, repetitivos e interminables que afectan severamente a la percepción general del producto, fundando una impresionante decepción que, da la impresión, podría haberse evitado de reducirse a algo más de la mitad la duración para agilizar la fluidez del desarrollo argumental, en cualquier caso mejorable aun pudiendo advertirse que la simpleza no tiene cabida, ya que (pr
ácticamente) nada es lo que parece en un principio.

Tras intentar asaltar un cajero con nefastos resultados tanto para ella como para su pareja (identificar al actor en cuestión no es posible al limitarse a aparecer encapuchado escasos segundos), Kylie (Morgana Reilly, polifacética en una sola historia), una joven malhumorada de comportamiento mayormente masculino y escaso control de la ira, es condenada a cumplir ocho meses de arresto domiciliario (la internación en un instituto especializado para rehabilitarse y estabilizarse se descarta al haberse procedido de tal modo en el pasado con nulo éxito, como se puede comprobar) bajo el amparo de Miriam (Rima Te, la exageración facial no la beneficia en según qué tesituras), bondadosa progenitora a la que no ve desde hace años que ha rehecho su vida junto a Graene (Ross Harper, demasiado sosegado), padrastro cuya inocencia perdura incluso cuando el momento de reacción ante adversidades le reclama; el caso lo llevará Dennis (Cameron Rhodes, cuya transición de enano en El señor de los anillos a enigmático terapeuta sirve para reafirma su talento), un doctor en psicología clínica que sostiene que una mente hiperactiva en un entorno hostil puede generar pesadillescas ilusiones, bajo la supervisión del agente Amos (Glen Waru, tan irregular como la consistencia de su personaje), cuya implicación en el mismo trascenderá la vertiente pericial.


La convivencia nunca es fácil entre vivos (declinaciones de limpieza, disputas por poseer el mando de la televisión...), pero mucho menos cuando hay muertos de por medio intentando contactar con ellos para transmitirles un mensaje, algo que no tardará en apreciar la recién llegada (de hecho ha regresado a su morada natal cuando era una niña, matiz que tendrá su importancia) que, sin poder abandonar el hogar más que unos pocos metros si no desea que un oficial se persone para agravar su pena, cederá ante el ímpetu de la chica que lleva catorce años muerta; indagando a raíz de las claves que la difunta la proporciona, descubre que algo relaciona la casa con el centro de reinserción
Sunshine Grove, concretamente el hecho de que el anterior inquilino de la misma propinó más de sesenta cuchilladas a la asesinada que, ahora, de un modo más vengativo que onírico, concederá improvisadas sesiones de psicofonía (a cargo del nombrado miembro del cuerpo de la ley instalando cámaras, micrófonos y demás dispositivos tecnológicos, plasmándose por enésima vez la incompetencia autoritaria, tanto por ello como por la actitud a la hora de tomar una declaración de los hechos) que bien podrían suponer un avance en la investigación de lo paranormal.

Entre lo más reseñable se encuentra la retahíla de soluciones caseras que se proponen a recurrentes manifestaciones del más allá, tales como interrupciones de orina (ser paciente), fluctuaciones en la factura de la luz (desconectar los aparatos que pudieran consumir energía), fallos en la conexión cibernética (apagar el ordenador), llamadas perdidas a horas intempestivas (hacer caso omiso), arrastramiento nocturno de mobiliario (volver a ponerlo en su lugar), posesión de objetos (quemarlo en la chimenea), apertura de puertas (desatornillarlas para quitarlas), apagones repentinos (desistir de reparaciones varias), ruidosos sonidos (contrarrestarlos con otros)...; la decisión de reducir todo al plano psicológico (exactamente al trastorno de personalidad múltiple) no se antoja conveniente al tratarse de un tema demasiado serio como para frivolizar sobre él (y, de hacerse, al menos es necesario que haya un rigor genérico), mas cuando se representa mediante personajes sin carisma (unos no se entregan y los que sí lo hacen en exceso hasta parodiarse a sí mismos) y ectoplasmáticos seres que no son tal (que la presumible perversión de un enfermo, que por cierto se asemeja cuantiosamente a Michael Keaton en la pintoresca Beetlejuice, supera cualquier clase de ficción es por todos sabido de antemano y, por consiguiente, completamente innecesario enfatizar en ello ocultando a gente detrás de las paredes llevando a cabo nemotécnicos ejercicios de desaparici
ón).

La primera media hora es salvable, pero el resto puro desperdicio y, lo que podría haberse convertido en una cinta de culto (elementos para que fuera así se dan) se concibe como una congregación de géneros poco propicia y tan ridícula (emplear un rayador de queso como arma blanca valdría como perfecto ejemplo) como inconsistente (del humor negro se pasa al suspense privatizado y posteriormente al drama familiar sin apenas dinamismo); el nuevo enfoque que a las casas encantadas se esmera en engendrar Gerard Johnstone se pierde entre espiritualidades meramente excusadoras para llamar la atención y no matizarla ni profunda ni concluyentemente, quedando la teórica intriga arruinada por una trama nada atractiva ni inventiva en la que las sospechas infundamentadas e infiltraciones sinsentido ocupan gran parte de la misma de manera no complaciente sino desesperante, con muchas pausas (pocos errores hay más fatales que no cuidar debida y minuciosamente el montaje final) e infinitos problemas de adecuación.



Daniel Espinosa




 
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