Cold in July 19-04-2024 07:07 (UTC)
   
 

Cold in July
(Jim Mickle, 2014)


Cold in July




Ficha técnica


Título original:
Cold in July
Año:
2014
Nacionalidad:
EEUU
Duración:
106 min.
Género:
Acción, Suspense
Director:
Jim Mickle
Guión:
Jim Mickle y Nick Damici
Reparto:
Michael Hall, Vinessa Shaw, Brogan Hall, Don Johnson, Sam Shepard, Nick Damici, Wyatt Russell, Ken Holmes, Lanny Flaherty, Kristin Griffith, Kris Eivers, Joe Lanza, Tim Lajcik, Brianda Agramonte y Bill Sage


Sinopsis


Un hombre que dispara y mata a un ladrón que había entrado en su hogar armado; aunque parece un claro caso de legítima defensa, el padre del fallecido no opina lo mismo y quiere acabar con el asesino de su hijo...



Crítica


Sin abandonar la senda que tan buenos frutos le han brindado sus tres anteriores incursiones detrás de las cámaras (la desconocida Mulberry street, la sobrevalorada Stake land y la soberbia We are what we are en dos mil seis, diez y trece respectivamente), Jim Mickle sigue prefiriendo remover consciencias en lugar de estómagos (la evolución de su carrera, desde el terror más primitivo que se observaba en su ópera prima hasta la derivación hacia terrenos mucho más impactantes desde una vertiente psicológica de ésta, así lo confirma) y firmar Cold in July, coproducción entre Estados Unidos y Francia que hace alarde de una fotografía (Ryan Samul) y música (Jeff Grace) tan poderosas como desencantador resulta el guión, obra del propio realizador junto a Nick Damici basándose en la novela de Joe Lansdale; es menester destacar en primera instancia estos apartados para ensalzar la categoría que ocupan desde un inicio, dotando al filme de una aura propia de maestros del género ochentero como John Carpenter, Walter Hill y William Lusting, cuyas inconfundibles señas de identidad planean fuertemente sobre esta especie de Pulp fiction texana (pese a que una y otra no guarden similitudes directas sí comparten profundidad argumental, haciendo desaparecer ambas la frontera que separa la seductora ficción de la abrumadora realidad), desaprovechada al irse desinflando la consistencia argumental a medida que avanzan los m
ás de cien minutos.

Lo que más sorprende (tanto para bien como par mal) de la película es que, cuando se está disfrutando una historia de venganza bien elaborada, un giro total acontece (siguiéndole dos más, pero la relevancia de éste es mayúscula) y la trama cobra tintes bien diferentes, manteniendo la calidad pero suponiendo una rotura de esquemas tan grande que pocos espectadores sabrán apreciarla positivamente, en especial aquellos que hayan disfrutado enormemente hasta el ecuador y no sepan desconectar (algo sin duda comprensible) de esa primera hora para complementarla con la segunda, una curiosa y radical forma de dividir la cinta en dos partes plenamente diferenciadas; la oscuridad y violencia que impregna cada fotograma contrarresta con el ingenio que desprende cada comentario del sureño encarnado por el mítico Don Johnson que entra en escena tardía y prescindiblemente, restando gran parte del peso de las escenas más duras, lo cual no se percibe como un acierto sino como un error al desentonar con la esencia del producto, pesimista (aunque ciertamente realista) como pocas, con el aspecto sombrío particular (y puede que privativo) del responsable, a medio camino (muy imaginativo y sin duda discutible) entre El cabo del miedo y Mátalos suavemente.


Un estruendo en el comedor despierta a una pareja que dormía plácidamente en su dormitorio y, cuando el integrante masculino va a comprobar qué ha sucedido, se encuentra con que un ladrón está llevando a cabo un hurto (la ausencia de intimidaciones obliga a referirse así al acto en cuestión), profiriéndole con su arma una amenaza que termina con el deslizamiento accidental de su dedo al puntualizar el reloj del salón una hora exacta, impactando un letal disparo en la cabeza del malhechor; el asaltante es un vagabundo llamado Frederick (Wyatt Russell, incatalogable hasta el último cuarto al ser entonces cuando se muestra su auténtica apariencia física) y la víctima un humilde enmarcador,  Richard (no se trata de Matt Damon sino de Michael Hall, muy certero en su extensa y variopinta labor), quien declarará que, en virtud de la peligrosidad de la situación, todo se ha debido a una actuación en defensa propia para protegerse tanto a sí mismo como a su esposa Anne (Vinessa Shaw, poco más que cumplidora) y a su hijo Jordan (Brogan Hall, quien se limita a señalar sombras en la oscuridad).


Tras el incidente la gente le observa con respeto, tal vez temor, y aun tratando de hacer caso omiso a todo lo que el percal ha suscitado, sus temores cobran corporeidad cuando acude, por caridad y culpabilidad, al funeral del difunto, encontrándose en el campo santo con el padre del mismo (inolvidable frase la que se pronuncia a raíz de este encuentro, “¿vino a ver una mierda caer en el agujero, valiente cristiano”), Ben (Sam Shepard, soberbio en una encarnación de lo más compleja), quien ha abandonado recientemente la cárcel en la que ha permanecido encerrado durante una larga temporada y duda en iniciar una desenfrenada persecución en relación al que cree el asesino de su descendiente; con el único propósito de torturarlo más aún de lo que él mismo lo hace al concienciarse de tan traumático trance, se aprovecha del decline policial de prestarle protección al no hallarse razón legal para otorgarle tal amparo y de que se haya convertido en un anzuelo humano para herir más que sentimientos en su seno familiar con la inestimable ayuda de Jim (Don Johnson, cómicamente desdibujado), un detective que no hará sino evidenciar que está fraguándose una tragedia que se consumará aunque no como se pueda llegar a intuir, pues las confusiones identificativas (una de tantas consecuencias de la corrupción justiciera) son premeditadas y las revelaciones paternofiliales muy devastadoras...


Presentada en la Sección Oficial de Largometrajes a Competición del Festival de Sundance 2014 (y haciendo lo propio en la presente edición del Sitges Film Festival), Cold in July sirve esencialmente para que Jim Mickle se postule como uno de los cineastas más destacables del género en la escena independiente, y es que ésta fábula de traiciones en una pequeña ciudad no hará las delicias de la inmensa mayoría de amantes del séptimo arte al presentar un típico caso para la justicia argentina (por citar una nacionalidad recurrente) en el que los secuestradores, mafiosos, asesinos, violadores y demás lacras sociales gozan de más derecho que la buena gente de a pie (civiles o ciudadanos, llámense como se prefiera) cruda pero desigualmente; gran parte del triunfo del metraje se puede (y debe) atribuir al enorme papel del señor Michael Hall (destacar su estilo armado con bigote y ese corte de pelo tan desfasado sorprende bastante) demostrando tener cabida m
ás allá de la cincluída serie televisiva Dexter, pero es el conjunto del mismo el que el producto no logra alcanzar la notabilidad al compaginar pasajes memorables con otros un tanto confusos (y extremadamente lentos) mediante un montaje convencional y mayormente plano, siendo la banda sonora (puede percibirse como una obvia, omnipresente, redundante y vulgar homenaje a los ochenta pero indulgentemente se traduce en una ironía distante de indudable pertinencia) una perfecta compañera para un desenlace que compensa la larga espera, una (anunciada) carnicería final que, junto a los elementos propios de la ciencia ficción (heroicos salvamientos ferroviarios e ilegales desenterramientos cadavéricos incluidos), justifican (entre otros alicientes) el visionado de la película.



Daniel Espinosa

 
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